De todos
es sabido que don Antonio Maura y Montaner era mallorquín; quizás menos sepan
que se casó con una boecillana, Constancia Gamazo, hermana de Germán Gamazo;
quizás muchos menos sepan que venía con frecuencia a Boecillo y que él, un
balear, se enamoró del paisaje castellano y nos vio como creo que no nos ha
visto ningún escritor castellano. Os recuerdo que los escritores de la
Generación del 98, tan amantes de Castilla ellos y que crearon la imagen típica
y tópica de Castilla, no eran castellanos, sino levantinos, vascos y de otras
zonas “periféricas”. Por eso, no me extraña en absoluto que Maura defendiera
así, ni más ni menos que en el Congreso de los Diputados, ese lugar en donde
ahora ha entrado el lenguaje de la calle, tal y como recoge César Silió en su libro, la
belleza espiritual del campo castellano:
“Diré ahora una cosa, y es que cuando cruzo en cualquiera dirección
los campos castellanos, yo, que hablé en el regazo de mi madre una lengua que
no era la de Castilla, sino casi la misma lengua que los solidarios, no pienso
eso, yo no siento eso, sino todo lo contrario, y la misma planicie del terreno
suscita en mi ánimo sentimientos totalmente opuestos. Porque yo, cuando veo
aquellos adobes con tejas, que por una cruz resultan ser un templo, que no
tienen de templo otra muestra, digo: ahí habitaron los que con una loriga o
sayo pardo y harapiento fueron a arrojar de los dorados salones de la Alhambra,
de los alicatados de sus miradores y de los alabastrinos patios, a los señores
de aquella cultura y de aquella riqueza; los que defendieron la cristiandad y
los que rehicieron la nación…
Y cuando yo veo un país tan pobre, tan aislado, que parece
que no se comunica sino con las inclemencias del sol tropical y del cierzo
helado, me acuerdo de que allí se ha asentado el pueblo que ha llevado a
continentes dilatados y ha arraigado por los siglos de los siglos. Toda aquella
cultura, toda aquella sabiduría política, toda aquella idealidad, que está en
un monumento de eterna gloria de la corona de España, que se llama las leyes de
Indias. Yo, en Castilla, veo lo que veo en esas personas predilectas de la
espiritualidad, donde parecen que anidan las almas a quienes reservan la
inteligencia y el amor los secretos de sus cumbres, con su cuerpo, acaso feo,
irregular, como si la materia no se hubiese decidido a envolver por completo
espíritus tan grandes…”
¡Madre mía! ¡Y que ahora nos tengamos que conformar con
escuchar al Rufián dichoso! ¿A ver si va a ser verdad que a Diputado, a Gobernador
Civil y hasta presidente del Gobierno se llega, como dijo el gran Belmonte,
“degenerando”?
No hay comentarios:
Publicar un comentario