Cuando
yo llegué a Boecillo hace más de veinte años, había una revista que publicaba
el Ayuntamiento, un concurso de poesía que sufragaba ese mecenas maltratado que
es el bueno de Fernando García de la Cuesta, un grupo de danzas que se había
sacado adelante con el esfuerzo de unos cuantos padres de familia. A eso se le
fueron sumando otro concurso de cuentos en Navidad – también costeado por el
mismo mecenas-; un grupo de teatro del
que nada sé, pero que debe vivir en la indigencia; un coro que cantaba en la iglesia todos los
domingos y que viajaba por diferentes pueblos de la comarca; viajes y excursiones para los jubilados y manifestaciones
culturales que alimentaban el
espíritu de esta población castellana. ¡Hasta
hubo tiempos felices en que Boecillo tenía su encierro por el campo como casi
todos los pueblos del entorno! Ha pasado el tiempo y de aquello no queda casi
nada. Como Job, decimos aquello de “el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó” y
seguimos a los nuestro que no sé muy bien qué es. Fernando García de la Cuesta dejó el mecenazgo
porque era como un San Juan Bautista predicando en un desierto de caspa y
zafiedad; al coro ya no se le oye y la única música que se oye es la de las peñas que, con las hogueras para las parrilladas en las
casetas de obra, más parecen sacadas de
una escena de Mad Max, con un mundo ya en decadencia y salvajismo, que las
fiestas de un pueblo en el siglo XXI. Un amigo de Laguna, en las pasadas
fiestas de San Cristóbal, de lo único que me habló fue del “superbotellón” que
se celebraba por detrás de la verbena. Vino el hombre a echar un bailecico con
su mujer y se topó con la fiestuki desenfrenada y alcoholizada a la que hemos
llevado los mayores a la gente joven con esa especie de glorificación de la
fiesta, de la borrachera y del colocón que ha hecho de España líder absoluta en
la lista de países fiesteros. ¡En algo teníamos que ser los primeros! ¿De
verdad que no hay alternativas para la gente joven? ¿Es que sólo les podemos
ofrecer alcohol y drogas a los que van a ser – son ya- el futuro del pueblo y
de España? Como educador y padre, me aterra pensar que esto es así. Nada tengo
contra la diversión, pero creo que lo cultural se ha ido marginando,
abandonando, dejándolo porque tan sólo interesa a cuatro frikis que comemos
bocadillos de spaghetti con trucha y se le ha ido dando al pueblo “lo que el
pueblo reclama”, esa gran mentira que,
comenzada por Lope de Vega y a fuerza de repetirla, se ha convertido, como
decía Goebbels, en una verdad. Siento una profunda envidia de pueblos vecinos
en donde la gente se muestra participativa y así sus grupos de teatro ganan
premios en la Diputación, atraen a turistas con encuentros de reyes en los que
participa todo el pueblo o simplemente miman a sus mecenas y no los relegan al
olvido y al desprecio. Siento una pena profunda de la situación cultural del
lugar en donde vivo en donde no hay más alimento que el teatro infantil ( al
que acuden, sobre todo, gentes de fuera de Boecillo) y las veladas de Folk y
Jazz. Y siento vergüenza ajena cada vez que voy al Centro Cívico y son más los
que están en el escenario que los que estamos en las butacas. En esa historia
que ya he abandonado, hablaba de fiestas que tenían un sentido porque no eran
el descanso del duro trabajo y no una
mera repetición de los fiestorros de cada fin de semana, con su autobús
nocturno lleno de chicos con bolsas para hacerse el calimocho y ponerse hasta
el culo de marihuana (Ya veis, repito esta frase que dije en el pregón y que
fue, por desgracia, lo único que quedó de él) Por cierto, tenía escritos cinco
folios, pero visto lo visto- incluyendo
mis propios “hermanos” de cofradía que prefirieron ir sin tardanza al refresco
a quedarse a escuchar el pregón del hermano que todavía era el Alcalde- , preferí
dejarlo “para mejor ocasión”. ¡Hasta tenía el pregón su partecica en latín en
que contaba al estilo de Tito Livio el comienzo de Boecillo en la
intrahistoria! Pero, con harto dolor de mi corazón forastero, no lo leí. Sé que
no soy nadie en este pueblo y que forastero me marcharé como forastero vine,
pero siempre, por amor a mis antepasados, a
mi mujer y a mis hijos, quise dejar mi granito de arena con lo único que
sé hacer: escribir. Siento mi amargura, pero quería vaciar mi corazón de friki.
Ya sabéis, os invito a un bocadillo de spaghetti con trucha y, si no venís, me
lo tomaré en la soledad de mis libros y mis muertos.
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