Durante
muchos años asocié, de manera errónea, el apellido Bobillo a don Antonio Tovar,
el ilustre filólogo vallisoletano del que ya he hablado en este blog, cuando su
segundo apellido era Llorente. ¿Quién era, pues, Antonio Tovar Bobillo que
tanto me sonaba en las mientes? Pues el ms excelso poeta gallego que hayan
visto los siglos comparable, sin duda, a Rosalía´, a Celso Emilio Ferreiro o a
Curros y que un servidor, por misterios de la vida, no había leído hasta este
año en que, estando de “tribuno” en el tribunal de latín que tenía su ubicación
en el Instituto Antonio Tovar del barrio vallisoletano de Arturo Eyries, volvió
a pensar en este Tovar Bobillo.
Don Antonio Tovar Bobillo, nació
en tierras da Limia, a “terra das
patacas”, la tierra de lagunas misteriosas con pueblos sumergidos, la tierra
que custodia ese río que los romanos, al mando de Decio Junio Bruto “el Galaico”,
pensaron que era el Leteo y no se atrevieron a cruzar por no perder la
memoria. Tovar Bobillo es un gran poeta,
tan grande que no entiendo cómo no se le conoce más fuera del ámbito de las
letras gallegas y, aun así, también de manera muy restringida.
Su poesía rimada y ritmada, su gran
sentimiento, su profundo conocer del oficio de poeta (ser poeta tiene su oficio
y lo recuerdo porque parece que es algo que se ha olvidado dadas las
publicaciones de “poesía” que se perpetran últimamente), su ser galaico amigo
del viento (también Celso Emilio Ferreiro lo fue) hacen de él un poeta
imprescindible.
Os dejo con un poema suyo para que lo
disfrutéis:
“O TEMPO”
Fogueirada do tempo, fogueirada
sin flamas, sin presencias polo sangue.
” Han de volver os días máis felices,
todo será de luz como dinantes”.
O tempo vai decíndonos:
“vinde a xogar meniños, máis adiante”,
o tempo vai falándonos
con invisibles fitos e sinales.
“Eiquí será. Eiquí. Vinde outra vez,
eiquí será esa luz pola que orades”.
I o tempo vaise espindo
da poéira de cinzas, do follaxe
que un día figuraban rosas, froitos,
latexos, corazós, pedras durábeles.
Vinde, sigue decindo,
“aixiña, vinde aixiña, camiñantes”.
Os nosos limpos corazós cansados
vanse erguendo no amor pra outros combates.
“Vinde -sigue decindo- vinde, vinde”,
cal se estivese afora un dios brilante.
E vamos e seguimos
na mesma soedá, na mesma cárcere.
¡Ahí queda eso, compañeiros!
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