Cuando
yo era niño-Dios en Madrid, vivía en la calle de López de Hoyos, más en
concreto en el número 6 que, para esa calle, era nada pues, durante mucho
tiempo, ostentó el título de calle más larga de Madrid, con aquellos seiscientos
y pico números que cruzaban el arroyo del Abroñigal y la antigua Avenida de la
Paz ( hoy M-30) y se llegaban hasta la calle de la Máquina. Un día, miré en la
vieja enciclopedia Salvat quién era este señor que daba nombre a mi calle y
creo que también lo miré en Pedro de Répide y sus calle de Madrid y otro día,
cuando don Antonio Salces Blesa, nuestro médico de cabecera (no te desatención
primaria), me preguntó para poner a prueba mi culturilla de niño sabihondo que
quién era el prócer que daba nombre a mi calle, le contesté muy ufano que “era
el maestro de Cervantes” con lo que el galeno en cuestión se quedó convencido
de que aquel niño flacucho iba a llegar muy lejos ( no fue así, pero bueno…) Lo
cierto es que era un gozo enorme que los médicos te hablaran de Lope, de
Cervantes o de López de Hoyos porque los médicos de antes eran humanistas (
nada hay más cercano al ser humano y a los
seres en general que el dolor) y no máquinas programadas en las facultades de Medicina
para llenar de estadísticas los anales del Ministerio de Sanidad. Don Juan
López de Hoyos, humanista del siglo XVI, hijo de un herrero madrileño y hombre
culto, fue el maestro de Cervantes en los Estudios madrileños y el maestro
recordaba al discípulo con enorme cariño cuando éste aún no era nadie en el
mundo de las letras (“nuestro caro y amado discípulo” lo llamó). Cuando murió “el maestro”, en el año 1592,
Cervantes no había publicado más que La Galatea y alguna novela ejemplar y, por
tanto, el generoso humanista no fue
testigo de la aparición de El Quijote.
Si un día vais a Madrid, allí, en la
esquina de López de Hoyos con Hermanos Bécquer, me crie y habité muchos años.
Esa es mi esquina rota de cuando yo era niño-Dios en Madrid.
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