JUAN FRANCISCO QUEVEDO O LA PALABRA CONTRA EL OLVIDO
Juan
Francisco Quevedo es de Cantabria como tantos grandes poetas; Juan Antonio
Quevedo es farmacéutico en Bielva como farmacéuticos fueron Léon Felipe y mi
buen amigo palentino, José María Fernández Nieto, el hombre que me enseñó a
mirar el mar en su Epilírica del mar
y a temer la nieve inoportuna que llega cuando menos se la espera ( es que
nunca se la espera). Juan Francisco Quevedo era novelista hasta que ha
publicado El sedal del olvido y
entonces ha pasado a ser lo que siempre ha sido: poeta. Juan Francisco, al ir soltando, poco a poco, ese sedal que nos
va envolviendo a todos y que intentamos mediante nuestra escritura frenar, ha
escrito un gran libro. Juan Francisco Quevedo (con ese nombre uno está
predestinado a la poesía y a la escritura en general) construye un libro que es
una botella arrojada al mar de lo que ya no se recuerda, la última esperanza de
un náufrago de los años y del tiempo, la señal de humo para decir a los demás
que aquí hay un hombre que no quiere dejar de ser hombre arrastrado por el oleaje
inmisericorde de la amnesia que el tiempo nos va trayendo con exacta
puntualidad. Juan Antonio escribe un libro que es un refugio, un faro, un
puerto en donde abrigarnos de la tormenta del no ser que es la muerte de la
memoria, de esa tormenta que amenaza con borrarnos. Somos umbra et pulvis, pero Quevedo, como su ilustre antepasado, hace con
su libro que seamos polvo enamorado, polvo que busca el recuerdo frente a la
muerte de lo vivido. La felicidad es un
fotograma – Juan Francisco dicit- , inmóvil
y suspendido en el tiempo que rescatamos de un viejo destierro para proyectarlo
como un disparo contra la sombra de la desmemoria. Gracias a Juan Francisco, el farmacéutico de Bielva, por no dejarnos morir en el olvido del polvo y
la sombra.
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