Frente a tanta maldad disfrazada de respeto a otras
religiones, frente a tanto intento y acto de borrar lo cristiano de la Navidad
y frente al regreso a la barbarie de los solsticios que muchos intelectualoides
de moda pasada aprovechan en estas fechas para lanzar desde sus poltronas mediáticas,
me gustaría recordar, urbi et orbi, que las Navidades existen porque nació un
niño en Belén – no entro en que si no nació ahora sino que nació en mayo y que
la Iglesia adoptó la fecha del solsticio de invierno y la fiesta del Dios Mazda
porque eso ya lo ha dicho, mucho mejor
que yo, Joseph Ratzinger, la gran bestia negra de los intelectuales de tres al
cuarto y por no dar una alegría a los pijoprogres- que cambió el mundo. Sí,
como lo oís, cambió el mundo porque desde entonces el calendario se cuenta
desde ese año cero del universo; porque, en medio de una civilización
esclavista, el mensaje de ese niño hizo que el hombre cobrara la dignidad de
los hijos de Dios; porque el mensaje de ese niño hizo que, entre muchos errores
(que también los hay) surgieran figuras como Teresa de Calcuta, como San Juan
de la Cruz, como Santa Teresa, como el santo cura de Ars que son enamorados de
Cristo; porque el mensaje de aquel Niño han hecho que muchos, relictis omnibus, es decir, dejándolo
todo, lo siguieran y así nos encontramos con personas como el padre Ángel que lucha, desde hace más de cincuenta años,
contra la injusticia del mundo; como el padre Llanos, el hijo de una familia de buena posición y consejero
espiritual de Franco, que lo dejó todo para irse a vivir al Pozo del Tío
Raimundo. Y como él, el padre Gamo o el cura Paco, viviendo, como su maestro
entre los pobres, en aquel Madrid de los sesenta en que los constructores se
forraban construyendo casas con tabiques como papel de fumar. ¿Cuántos de esos
politicastros que se quejan de que haya un Belén o que hayan puesto un ángel “porque
puede ofender a otras religiones” lo dejarían todo (prebendas, chanchullos, comisiones, sueldazos
y un largo etcétera) para irse con los más pobres? Ya lo decía Dostoievski: “es
muy fácil amar a la humanidad entera, pero muy difícil amar a una persona en
particular”. Y no hablo de situaciones lejanas porque, en nuestro Boecillo, una
persona que proviene de una familia acaudalada lo ha dejado todo - otra vez el relictis omnibus - y está de párroco en
una de las parroquias más pobres de Buenos Aires, una parroquia como las que
salen en esa película magnífica que se llama El elefante blanco. Otros, como decía San Josemaría, se han quedado
en el ómnibus (un ómnibus es un autobús que comunica la estación con la ciudad.
Explico esto para los que no han cursado el BUP) y no quieren ni pueden salir
de él porque el ómnibus es el paradigma de nuestra comodidad, de nuestra
indolencia, de nuestro egoísmo.
Por
todo lo expuesto, mi Nochebuena fue, es y será una Nochebuena tradicional, con
su Misa del gallo y con sus turrones; con la alegría que reflejan las
escrituras en estos días; con la alegría plena, expansiva de saber que en
Belén, hace más de dos mil años, nació un niño que cambió el mundo por mucho
que les duela a los que son incapaces de cambiarlo entre otras cosas, porque
son incapaces de cambiarse a sí mismo. ¡Feliz Navidad!
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