viernes, 22 de diciembre de 2017

UNA NAVIDAD CON CAMBIO CLIMÁTICO


Este cuento, que he escrito para mis amigos, quiero compartirlo con todos los que me seguís en la red. Si consigo vuestra sonrisa, me conformo. Gracias.

 

UNA NAVIDAD CON CAMBIO CLIMÁTICO

 

      
   Todavía hay gente que niega el cambio climático y, la verdad, no sé cómo se puede mantener esta postura cuando estas últimas Navidades los termómetros no han bajado de los treinta grados a la sombra. Los meteorólogos, al principio, dijeron que era algo pasajero y que no sabían qué viento sur enloquecido había disparado las temperaturas en aquel loco ascenso, pero pronto vimos que aquel cambio en las temperaturas propias de los días navideños había venido para quedarse con nosotros año tras año y algunos intelectuales empezaron a cuestionar el sentido de los símbolos más entrañables de la Navidad y así decían que qué iba a hacer Papá Noël  con su abrigo, su trineo y sus renos con  una temperatura caribeña. Y esos mismos intelectuales se preguntaban si no sería mejor vestirlo con camisa hawaiana y  tabla de wind surfing. Respecto a los Reyes Magos, otro tanto  consideraban los ya mencionados intelectuales y creían que sería más lógico vestirlos con bermudas, sandalias y toalla de playa. Pero, sobre todo, las cabezas pensantes abogaban por suprimir de los belenes las mulas y los bueyes, las castañeras y los pastores alrededor del fuego y proponían mujeres abanicando al niño, pastores  bañándose en el río y vendedoras de horchata. Pero, por si esto fuera poco,  también había un problema con algunas costumbres que dejaban de tener sentido con las altas temperaturas y así, por ejemplo, a un vecino mío lo tuvieron que llevar a urgencias tras ingerir una  cena a base de pavo, sopa de almendras y turrones varios. Con estas desgracias, decían que urgía cambiar el menú por gazpachos, salmorejos y vichyssoises además de cebiches y helados. Tampoco tendrían sentido las felicitaciones con paisajes nevados, la Blanca Navidad de un cantante norteamericano o El Tamborilero que “llegaba hasta el valle que  la nieve cubrió” y que, siglo tras siglo, repetía un cantante español. Paisajes cubanos, navidades de caña y ron y senderos que condujeran a playas con cocoteros era lo que se tendría que imponer a partir de ahora. Ya no más vientos siberianos, roscones de Reyes, polvorones imposibles de tragar con la sed del bochornazo ni turrones deshechos del puro fuego solar. En su lugar, mojitos, agua de coco y caipirinhas tendrían que ocupar su lugar. De todo esto llevamos camino, pero seguro que nos acabaremos acostumbrando a unas Navidades con cambio climático.

 

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