Ramiro II fue un rey aragonés que, habiendo sido
monje y siendo hombre piadoso, hizo
pensar a los nobles que iba a ser muy fácil burlarse de él. Sin embargo, “el
monje” los fue llamando a su palacio y a medida que llegaban les cortaba sus
cabezas y con ellas iba formando una campana, la campana de Huesca, de cuyo
badajo se cuenta que estaba formado por la cabeza del obispo oscense. La
historia ha dado para una obra de García Gutiérrez, El rey monge; para pinturas como la de Casado del Alisal, el
célebre pintor palentino y para relatos escolares que es en donde yo conocí por
vez primera la historia. Sin embargo, Ramiro II no fue original con esto de asesinar
a los que le plantaban cara y ponían en cuestión su poder, sino que ya Heródoto
nos cuenta la famosa historia de Periandro.
Veámosla en la elegante versión de Carlos Schrader:
Periandro
despachó un heraldo a la corte de Trasibulo
para preguntarle que con qué tipo de medidas políticas conseguiría asegurar
sólidamente su posición y regir la ciudad con el máximo acierto. Entonces
Trasibulo condujo fuera de la capital al emisario de Periandro, entró con él en
un campo sembrado y, (...) cada vez que veía que una espiga sobresalía, la
tronchaba (...) Acabó por destruir lo más espléndido y granado del trigal. Y,
una vez atravesado el labrantío, despidió al heraldo sin haberle dado ni un
solo consejo.
También aparece en Tito Livio, en ese pasaje en que Tarquino troncha con su
bastón las adormideras que sobresalían como lección para Sexto Tarquino, rey de
los gabios.
Sin embargo, ¿cómo pudo llegar la leyenda hasta el alto
Aragón? Según Manuel Alvar, por la herencia carolingia y por la épica occitana
francesa con la que el reino de Aragón estaba muy vinculado.
Tan sólo recomendaros que veáis el cuadro del ilustre pintor
palentino o que leáis la obra teatral de García Gutiérrez. Por supuesto, podéis
leer a Heródoto. Seguro que, si lo hacéis, seréis un poco más felices en esta
navidad de 2017.
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