Hoy es San Juan de la Cruz, mi san Juan de la Cruz,
aquél al que saludaba cada mañana en mi exilio abulense al pasar por la plaza
en la que tiene una estatua que recuerda al mudejarillo morañego. Como homenaje,
quiero dedicarle este soneto que escribí anoche a la luz de una candela, tal y
como les gusta escribir a los héroes de Jiménez Lozano, el morabita de
Alcazarén. Que san Juan, en su inmensa bondad, me perdone este mal soneto.
Ahora, que mejor es celebrarlo con un
mal soneto que con una comilona a la que acuden en procesión todos los ¿poetas?
y paniaguados de la región castellano leonesa y adyacentes. Sí, es ese ya famoso cocido de Fontiveros en donde
los maestros del verso se empanzan a garbanzos. ¿Qué diría mi san Juan, a él
que tanto le gustaban unas sencillas peras con canela? Perdónalos, Juanito,
porque sí saben lo que hacen, pero lo disimulan con sus trapisondas garbanceras
y tocineras.
SONETO A MI SAN JUAN DE LA CRUZ
Y partes
cada noche con premura
a zaga de
la huella del amado
y, al
ventalle de los cedros reposado,
me
invitas a pasar tu noche oscura.
Está mi
alma perdida en la espesura,
mas sigue
de tus labios el dictado,
medio
fraile de Amor enamorado,
sin
tregua cazador a plena altura.
Por
ínsulas extrañas voy perdido
buscando
incansable aquella fuente
que
alivia el corazón del malherido.
Solitario
te busco entre la gente,
dañado
del amor, de amor huido,
puro gozo
mi oído si te siente.
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