jueves, 14 de diciembre de 2017

MI MUDEJARILLO MORAÑEGO




Hoy es San Juan de la Cruz, mi san Juan de la Cruz, aquél al que saludaba cada mañana en mi exilio abulense al pasar por la plaza en la que tiene una estatua que recuerda al mudejarillo morañego. Como homenaje, quiero dedicarle este soneto que escribí anoche a la luz de una candela, tal y como les gusta escribir a los héroes de Jiménez Lozano, el morabita de Alcazarén. Que san Juan, en su inmensa bondad, me perdone este mal soneto. Ahora,  que mejor es celebrarlo con un mal soneto que con una comilona a la que acuden en procesión todos los ¿poetas? y paniaguados de la región castellano leonesa y adyacentes. Sí, es  ese ya famoso cocido de Fontiveros en donde los maestros del verso se empanzan a garbanzos. ¿Qué diría mi san Juan, a él que tanto le gustaban unas sencillas peras con canela? Perdónalos, Juanito, porque sí saben lo que hacen, pero lo disimulan con sus trapisondas garbanceras y tocineras.

SONETO A MI SAN JUAN DE LA CRUZ

Y partes cada noche con premura
a zaga de la huella del amado
y, al ventalle de los cedros reposado,
me invitas a pasar tu noche oscura.

Está mi alma perdida en la espesura,
mas sigue de tus labios el dictado,
medio fraile de Amor enamorado,
sin tregua cazador a plena altura.

Por ínsulas extrañas voy perdido
buscando incansable aquella fuente
que alivia el corazón del malherido.

Solitario te busco entre la gente,
dañado del amor, de amor huido,
puro gozo mi oído si te siente.


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