El señor Caamaño, más conocido por Muxián
debido al pueblo de su nacimiento,
Muxía, se ponía con su puestecillo muy cerca del Santuario da Nosa Señora da
Barca, aquél del que Rosalía decía:
"Nosa señora da
Barca
ten o tellado de pedra;
ben o pudera ter de
ouro
miña Virxe si
quixera."
Y, en ese puestecillo lo encontré en una
tarde de agosto y, llevado por su fala meiga, me quedé a escucharlo y le compré
algún recuerdo al que quise añadir mi propio recuerdo con una fotografía que,
yo, un humilde aficionado, le iba a sacar a un gran fotógrafo. Aquella foto,
una vez revelada, se la envié a su casa de Muxía y, a partir de entonces, nació
una amistad epistolar que la muerte, como siempre, se preocupó por cortar.
Estrenaba yo por aquellas fechas mi ordenador IBM y, como yo le escribía con él
para que lo leyera mejor, me pidió don Ramón que le hiciera unas etiquetas para
el museo que estaba preparando en su casa. Muxián había estudiado la fotografía con el gran fotógrafo
santiagués Ksado y, además de fotógrafo, había sido operador de cine llevando
películas por los pueblos en una frágil barquilla proporcionando así felicidad a los vecinos da
Costa da Morte y argumentos para una película de su vida que a la espera está
de que algún realizador quiera llevarla a cabo. Muxián tenía los ojos azules
como si de tanto mirar al mar se le hubieran acabado por colorear, como si el mar
hubiera hecho morada en su mirada; Muxián se casó con una guapa moza de Porto
Son con la que tuvo varios hijos y viajó algo por Europa. Muxián, como Virxilio
Viéitez, el gran fotógrafo de Soutelo, formó parte de una generación para la que la fotografía era un medio de vida
y de una generación que jamás alababa sus obras que eran nada más (¡Y nada
menos!) que el pan de sus hijos. Con el
tiempo, haciendo una revisión de sus trabajos, se ha visto que además de
magníficos profesionales, eran grandes artistas.
El día
que vuelva por la Virxen da Barca, estoy seguro que Muxián me estará esperando
en su puesto junto al santuario, vixilando
se a pedra abala o non abala, con seus ollos cheos de mar.
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