En
la Odisea, hay momentos tan hermosos como éste en el que Odiseo se echa a
llorar cuando el aedo recuerda sus hazañas. Pero es que también hay una delicadeza
enorme en la preparación del asiento para el rapsoda en el que Pontónoo tiene
la precaución de colocarle un clavo para que cuelgue la cítara y él mismo
comprueba que el ciego cantor puede alcanzarla.
Empezamos
en el verso 55 del canto VIII y acabamos en el verso 90 del mismo canto.
Me
da alegría volver a traducir a Homero pues en las clases se ha convertido ( no
olvidemos que estamos en la escuela de la ignorancia) en algo ilusorio.
Pero dejemos paso a la voz de Homero:
A éstos Alcínoo sacrificó doce ovejas,
y ocho cerdos
de blancos dientes y dos bueyes de pasos de rueda.
Y tras el
desuello, prepararon un amable banquete.
Llegó un
heraldo a nuestro lado trayendo un aedo piadoso
al que
mucho la Musa amó y dio mal mezclado con bien:
le privó de
la vista, mas le dio voz melodiosa.
A éste, Pontónoo le puso un sillón de clavos de plata,
en mitad
del salón, apoyado en recia columna,
y de un
clavo colgó en él la lira armoniosa
por encima
de su cabeza e intentó el heraldo con sus manos cogerla;
por delante
le puso una cesta y una mesa hermosa
y también una
copa de vino para que bebiera a su gusto.
Y aquéllos a los ricos manjares dispuestos las manos
tendieron
y, cuando
saciaron su sed y apetito, la Musa
al aedo inspiró
para que cantara hazañas de héroes,
de una historia
que por entonces al cielo anchuroso
llegó: la
riña entre Odiseo y el pélida Aquiles
cuando
sentados estaban en el rico festín de los dioses.
Reñían con
palabras terribles y Agamenón, caudillo de pueblos,
se alegraba
por la lid de tan bravos aqueos;
pues a él anunciado
le fue por boca de Febo Apolo,
cuando la entrada de piedra cruzó de Pito divina
para
escuchar su presagio: la desgracia a rondar empezaba
a troyanos
y dánaos por deseo de Zeus el grande.
Esto cantaba
el aedo famoso y Ulises entonces,
tomando en
sus manos fornidas su túnica purpúrea y grande,
se la echó
por encima de su cabeza y se tapó el rostro hermoso
pues sentía
rubor de llorar ante aquellos feacios,
mas, cuando
cesaba en su canto el aedo divino,
enjugaba su
llanto y apartaba de su rostro el vestido
ofreciendo
libación a los dioses en cuencos de vientre doblado.
Mas tan
pronto volvía el aedo a empezar sus canciones
atendiendo
a los ruegos de los nobles feacios,
siempre
gustosos de tales hazañas, Odiseo,
volviendo
otra vez a sus lloros, se tapaba la cara de nuevo.
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