De nada conocía a este poeta de Barbastro hasta
que llegó a mis manos Calor, libro de
2008, y que se alzó con el premio Fray Luis de León. Empieza el barbastrino con
un poema sobre la Boda Real de Buena factura; sigue con un poema a su coche
viejo en ese momento difícil de la entrega para el cementerio de automóviles.
El recuerdo del coche y de la vida que pasó con él está muy bien logrado. Muy “celaniano”
es Cocaína con esa “luz de la ciudad, te bebbemos de noche” y también emotivo
es el Mazda 6, el coche del poeta con el que va a dar una conferencia a unos
jóvenes de un instituto del extrarradio zaragozano. Terrible y duro el de
Crematorio al igual que el suicido del soldado Miguel Fernández Díaz, compañero
de Vila en la mili. Tengo que reconocer que el libro consiguió el premio con
todo merecimiento y de él me quedo con dos versos que voy a apuntar en mi
agenduca:
Como
chicos y chicas nadando en los ríos
con
las bicicletas apoyadas en los árboles.
Os
dejo el impactante poema
EL CREMATORIO
Les pregunté por el horno a aquellos dos tipos,
era la noche
del 18 de diciembre del año 2005,
carretera de
Monzón, que no sabes dónde está Monzón,
es un pueblo
perdido en el desierto.
Aires de
tormenta en lo Alto, sobre la nada desnuda
como una
recién casada, luna abajo de las carreteras muertas.
Monzón,
Barbastro, mis sitios de siempre.
Me dejaron
ver por la mirilla y allí estaba ya el ataúd ardiendo,
resquebrajándose,
la madera del ataúd al rojo vivo.
El termómetro
marcaba ochocientos grados.
Imaginé cómo
estaría mi padre allí dentro de la caja.
Y la caja
dentro del fuego y mi corazón dentro del terror.
Hasta las
ganas de odiar me estaban abandonando.
Esas ganas
que me habían mantenido vivo tantos años.
Y mis ganas
de amar, ¿qué fue de ellas? ¿Lo sabes tú,
Señor de las
grandes defunciones que conduces
a tus presos
políticos a la insaciabilidad, a la perdurabilidad,
a la
eternidad sin saciedad, oh, bastardo,
Tú me
arrancas,
amor de Dios,
oh, bastardo?
Recoge a ese
hombre en mitad del desierto.
O no lo
recojas, a mí qué puede importarme
tu presencia
heladora en esta noche del borracho
que he sido y
seré, contra ti, o a tu favor,
es lo mismo,
qué grandeza, es lo mismo.
El principio
y el final, lo mismo, qué grandeza.
El odio y el
amor, lo mismo; el beso y la nalga,
lo mismo; el
coito esplendoroso en mitad de la juventud
y la
putrefacción y la decrepitud de la carne,
lo mismo es,
qué grandeza.
El horno
funciona con gasoil, dijo el hombre.
Y miramos la
chimenea,
y como era de
noche,
las llamas
chocaban
contra un
cielo frío de diciembre,
descampados
de Monzón,
cerca de
Barbastro, helando en los campos,
tres grados
bajo cero,
esos campos
con brujas y vampiros y seres como yo,
“allí sube
todo”, volvió a decir el hombre,
un hombre
obeso y tranquilo,
mal abrigado
pese a que estaba helando,
la espesa
barriga casi al aire,
“dura dos o
tres horas, depende del peso del difunto,
dijo difunto
pero pensaba en fiambre o en saco de mierda,
antes hemos
quemado a un señor de ciento veinte kilos,
y ha tardado
un rato largo”, dijo.
“Muy largo,
me parece”, añadió.
“Mi padre
sólo pesaba setenta kilos”, dije yo.
“Bueno,
entonces costará mucho menos tiempo”,
dijo el
hombre. El ataúd ya eran pepitas de aire o humo.
Al día
siguiente volvimos con mi hermano
y nos dieron
la urna, habíamos elegido una urna barata,
se ve que las
hay de hasta de seis mil euros,
eso dijo el
hombre.
“Sólo somos
esto”, sentenció el hombre de una forma ritual,
con ánimo de
convertirse en un ser humano, no sabiendo
ni él ni
nosotros qué es un ser humano,
y me dio la
urna guardada dentro de una bolsa azul.
Y yo pensé en
él, en lo gordo que estaba, en cuánto tardaría él
en arder en
su propio horno. Y como si me hubiera oído
dijo “mucho
más que su padre” y sonrió agriamente.
Entonces yo
le dije “el que tardaría una eternidad
en arder soy
yo, porque mi corazón
es una piedra
maciza y mi carne acero salvaje
y mi alma un
volcán
de sangre a
tres millones de grados,
yo rompería
su horno con solo tocarlo,
créame, yo
sería su ruina absoluta,
más le vale
que no me muera por aquí cerca”.
Por aquí
cerca: descampados de Monzón,
caminos
comarcales,
Barbastro a
lo lejos, malas luces,
ya cuatro
grados bajo cero.
Coja las
cenizas de su padre, y márchese.
Sí, ya me
voy, ojalá yo pudiera arder como ha ardido
mi padre,
ojalá pudiera quemar
esta mano o
lengua o hígado de Dios
que está
dentro de mí,
esta vida de
conciencia inextinguible
e
irredimible;
la
inextinción del mal y del bien,
que son lo
mismo en Él.
La
inextinción de lo que soy.
Ojalá su
horno de ochocientos grados quemase lo que soy.
Quemase una
carne de mil millones de grados inhumanos.
Ojalá
existiera un fuego que extinguiese lo que soy.
Porque da
igual que sea bueno o malo lo que soy.
Extinguir,
extinguir, extinguir lo que soy, esa es la Gloria.
Coja las
cenizas de su padre, y márchese.
No vuelva más
por aquí, se lo ruego, rezaré
por su padre.
Su padre era un buen hombre
y yo no sé
qué es usted, no vuelva más por aquí,
Se lo ruego.
Por favor, no me mire, por favor.
Tuvo un Seat
124 blanco, iba a Lérida,
visitaba a
los sastres de Lérida y a los de Teruel,
comía con los
sastres de Zaragoza,
pero ahora ya
no hay sastres en ningún sitio,
dijo una voz.
Qué solo me
he quedado, papá.
Qué voy a
hacer ahora, papá.
Ya no verte
nunca es ya no ver.
Dónde estás,
¿estás con Él?
Qué solo
estoy yo, aquí, en la tierra.
Qué solo me
he quedado, papá.
No me hagas
reír, imbécil.
Oh,
hijodeputa, has estado conmigo allí
donde yo
estuve, sin moverte de las llamas.
He viajado
mucho este año, mucho, mucho.
En todas las
ciudades de la tierra, en sus hoteles memorables,
y también en
los hoteles sucios y bien poco memorables,
en todas las
calles, los barcos y los aviones,
en todas mis
risas, allí estuviste, redondo
como la
memoria trascendental, ecuménica y luminosa,
redondo como
la misericordia, la compasión y la alegría,
redondo como
el sol y la luna,
redondo como
la gloria, el poder y la vida.
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