Seguro
que todos habéis escuchado las Cuatro
Canciones Serias de Brahms, ( Vier ernste Gesänge, op. 121) que son una
maravilla. Hoy, en esta entrada del blog, quisiera hablaros tan sólo un poco de
los textos pues de la música otros doctores tiene la Santa Madre Iglesia que lo
pueden hacer mejor.
La primera, con
texto del Eclesiastés, es una canción que nos habla de la vanidad del mundo:
Lo que le sucede a los hijos de los
hombres
y a los de las bestias, es un mismo
suceso:
como mueren unos mueren otros, pues todos
respiran;
el hombre no tiene preeminencia sobre la
bestia;
todo es vanidad.
Todo va a un mismo lugar;
todo nace del polvo
y todo volverá al mismo polvo.
¿Quién sabe que el espíritu del hombre
sube arriba
y que el de las bestias desciende abajo,
a la tierra?
Así, pues, no hay cosa mejor para el
hombre
que alegrarse con su trabajo,
pues esa es su parte;
porque ¿quién lo llevará para que vea
lo que ha de ser después de él?
La
segunda, también sacada del Eclesiastés, trata sobre el dolor y de cómo afecta
a los hombres sin que haya un consuelo para ellos:
Me volví y vi las violencias que se hacen bajo el sol;
y he aquí las lágrimas de los oprimidos,
sin tener quien los consuele;
y la fuerza estaba en la mano de sus opresores,
y no había quien consolara a aquellos.
Y alabé yo a los finados,
los que ya murieron,
más que a los vivientes,
los que viven todavía.
Y tuve por más feliz que unos y otros
al que no ha sido aún,
pues no ha visto las malas obras
que se hacen bajo el sol.
La tercera, proveniente también del Eclesiastés, nos habla de la muerte, desgracia para el hombre dichoso, pero consuelo para el desgraciado. Dice así:
¡Oh, muerte, que amargo es tu recuerdo
para el que vive tranquilo con sus posesiones,
para el hombre feliz,
para el hombre que prospera,
para el que tiene salud
y goza de los placeres!
¡Oh, muerte, que amargo es tu recuerdo!
¡Oh, muerte, qué dulce es tu sentencia
para el hombre derrotado y sin fuerzas,
para el hombre que tropieza y fracasa,
para el que se queja
y ha perdido la esperanza!
¡Oh, muerte, qué dulce es tu sentencia!
Sin embargo, la cuarta, clave para mí de las canciones brahmsianas, se traslada a San Pablo, a su conocido texto de la Carta a los Corintios en el que habla de forma maravillosa sobre el amor:
Si yo hablase lenguas humanas y angélicas,
y no tengo amor,
vengo a ser como metal que resuena,
o címbalo que vuelve a tañer.
Y si tuviese profecía,
y entendiese todos los misterios
y toda la ciencia,
y si tuviese toda la fe,
de tal manera que trasladase los montes,
y no tengo amor,
nada soy.
Y si repartiese todos mis bienes
para dar de comer a los pobres,
y si entregase mi cuerpo para ser quemado,
y no tengo amor,
de nada me sirve.
Ahora vemos por espejo,
oscuramente;
mas entonces veremos cara a cara.
Ahora conozco en parte;
pero entonces conoceré como fui conocido.
Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor,
estos tres;
pero el mayor de ellos es el amor.
No es casual que sea este bellísimo texto de San Pablo el que corone las canciones: todas las angustias del hombre, todo el efecto del dolor, de la muerte de la injusticia se ven compensados con el amor.
Espero que con esta sencilla explicación, cuando escuchéis las Cuatro canciones serias, os sirva para disfrutar más y mejor.
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