Tenía un
servidor pocos años cuando en aquel programa de Íñigo que mi padre no se perdía
apareció un señor de barbas con un nombre ruso casi imposible de pronunciar que
hablaba de los campos de concentración soviéticos de los que había escapado. Mi
padre, como muchos de los españoles de aquel tiempo, leía Cambio 16 y recuerdo
el titular: LAS MENTIRAS DE SOLJENITSIN. Yo, en mi corta edad, no entendía por
qué aquel señor de luengas barbas había dicho mentiras cuando las mentiras las
decíamos los niños para no ir al colegio o porque nos habíamos comido un
caramelo Sugus de más y lo negábamos.
En
fin, este rollo veraniego viene a cuento porque he leído Un día en la vida de Ivan Denisovich y, qué queréis que os diga, el
tal señor de las barbas no escribía tan bien como mis rusos de siempre. Me ha
ocurrido como con Pasternak cuyo Doctor Zhivago no me pareció una gran novela y
sí una novela que tuvo la fortuna de ser publicada por Feltrinelli y que le
dieron el Nobel más por cuestiones políticas que literarias. Creo que con
Soljenitsin pasó algo parecido: su Nobel fue un nobel político. Pero a lo que
vamos: ¿qué mentiras eran las de este caballero ruso? Pues resulta que al cabo
de los años y aprovechando que estamos en verano, me he puesto a investigar y
esto es lo que he encontrado.
Soljenitsin
dijo en aquel programa que aquella España que acababa de salir del régimen de
Franco no era un estado totalitario, sino un estado autoritario; que, en los
quioscos españoles, se podía comprar prensa extranjera y en la URSS eso era
imposible; que un españolito se podía cambiar de residencia y de ciudad sin
tener que pedir permiso a su gobierno; que en la URSS había campos de
concentración y que las cárceles españolas apenas tenían presos políticos; que
había muerto mucha gente en las purgas de Stalin y que el nivel de vida de los
soviéticos era muy bajo; vamos que cualquier españolito vivía como un burgués en
comparación con la miseria soviética. Estas declaraciones, ya muerto don
Francisco y en el programa de Íñigo, produjeron un aluvión de críticas por
parte de la izquierda que vendía la moto de que la Unión Soviética era, poco
más o menos, el país de Jauja. Hasta tal punto llegó el cabreo que
intelectuales de la talla de Juan Benet, en Cuadernos
para el Diálogo no tuvo empacho en decir que “los campos de concentración
eran necesarios para gentuza como Soljenitsin”. Y se quedó tan ancho.
Se
ha tardado mucho en reconocer que la URSS era una terrible dictadura
totalitaria porque no hay peor ciego que el que no quiere ver y seguro que
todavía quedan gentes que defienden las libertades soviéticas y aquel eslogan
que decía “Comunismo es libertad”. Pero basta por hoy porque creo que me he
extendido demasiado con este rollo del señor de barbas en el programa de Íñigo.
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