En esta fresca mañana de agosto,
en el día en que la Iglesia católica celebra el día de San Luis de
Francia y de San José de Calasanz, me he terminado de leer Riverita, una novela encantadora de Palacio Valdés, un escritor agradable que niega aquello de que “con
buenos sentimientos no se puede hacer literatura”. Narra la novela la historia
de un huérfano de la buena sociedad madrileña ( a la que por cierto, Palacio Valdés
aprovecha para poner en solfa) y de su redención por medio de una chica de
provincias, en este caso de las "provincias vascongadas" y que San
Arnaldo Otegui me perdone por no haber
dicho Euzkadi. No falta en la novela el
Ateneo matritense ( al que también mete algún varapalo Palacio) y la vida social
de aquel Madrid de la reina Isabel II con sus óperas del Real; no faltan tampoco las corridas de toros ni el
típico señorito perdis que no trabaja ni por receta médica; pero sobre todo, lo
que no falta es ese buen carácter de don Armando que, antes de escritor, era un
hombre de bien. Por cierto, que cita, en el convento a donde la mandaron a
estudiar a la chica de Pasajes, a una tal hermana San Sulpicio, monja andaluza
llena de gracia, que sería más tarde la protagonista de una de sus novelas más
celebradas y que, llevada al cine por
Florián Rey en 1934, fue representada por Imperio Argentina. Vale, ya sé que no
es Canetti, ni Musil, ni Kafka, pero se pasa un rato leyendo a Palacio Valdés
del que yo me enamoré en una lejana mañana en que, en aquella esquina rota de mi
infancia irrecuperable, leí La aldea
perdida y, tras mi viaje iniciático a Bulnes, con el palo de la señora Guillermina
en la mano, me creía, por lo menos, Firmo de Rivota. Luego ahí están Marta y María, ambientada en Avilés, con
ese arranque cinematográfico espléndido; José,
ambientada para unos en Candás y para otros en Cudillero (Cuilleru en bable) o
la Novela de un novelista en la que
nos cuenta cómo aquel buenazo del profesor de latín murió mientras declinaba el
anafórico. Ahora el profesor de latín habría muerto de tanto impartir
complementarias. Pero eso ye otra
historia. En fin, muy recomendable esta
novela para los estíos castellanos.
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