Un 19 de
octubre de 1940, por la frontera de Irún, entraba en España, invitado por José
Finat y Escrivá de Romaní, Director General de Seguridad, Heinrich Himmler. Esa
noche, cenó con Franco en Burgos y, a la mañana siguiente, el líder nazi
llegaba a Madrid por la Estación del Norte en donde fue recibido por todos los
gerifaltes del Gobierno y de la Falange (más o menos es decir lo mismo). Franco
lo recibió en el palacio de El Pardo como “a un príncipe soberano”, pero el
ferrolano causó muy mala impresión al alemán pues le pareció un personaje
pobre, de poca enjundia política y de no tan vasta cultura como él. Su jefe
diría un poco después aquello de que “Franco está en la historia como Pilatos
en el Credo”. Como los próceres españoles no sabían qué hacer con Himmler, se
lo llevaron a una corrida de toros con un cartel de lujo: Pepe Luis Vázquez, Marcial
Lalanda y Rafael Ortega “Gallito”. Pero al nazi no le gustó la corrida a la que
consideró un espectáculo sangriento y cruel. (Mejor me callo). Pero ¿qué le
traía a este personaje a España? Una misión muy concreta: preparar la
entrevista entre Franco y Hitler en Hendaya; y otra más oscura u oculta: ir a Montserrat
para ver si estaba allí el Santo Grial. Wagner en su Parsifal habla de
Monsalvat y Himmler, gran aficionado a Wagner y también al ocultismo y a la
teosofía, estaba convencido de que en Montserrat se conservaba el Grial. Andreu
Ripoll Noble fue el fraile que habló con él pues era el único en la abadía que
hablaba alemán y le hizo ver que no estaba allí lo que buscaba, que allí lo
único que tenían era a la Moreneta. Esto
que cuento está mucho mejor contado en un libro curioso, La abadía profanada, cuya autora es Montserrat Rico Góngora y en él
se cuenta que una de las obsesiones de los nazis era demostrar que Cristo era
ario sin darse cuenta de que rea vasco pues, como sabemos todos, era Dios y
hombre “a la ves” (cada tonto con su tema y con su chiste).
Resumiendo
que Himmler se llevó un chasco y, quizás para consolarlo, le invitaron a que
visitara algunas cárceles y campos de concentración franquistas. El líder
alemán sintió disgusto por estos lugares, pero no por razones humanitarias
(pocas lecciones podía dar de humanidad tan siniestro ario), sino porque, a su modo de ver, eran
“políticamente muy contraproducentes” pues Franco necesitaba mano de obra para
levantar un país arrasado por una Guerra Civil. Es más, Himmler recomendó a Franco
y a su cuñado, Serrano Suñer, que “pasaran página” para evitar que toda la vida
nacional “siguiera girando sobre la tragedia nacional”. Ni uno ni el otro le
hicieron caso y la represión franquista siguió “algunos” años más. Me fastidia reconocerlo, pero Himmler tenía
razón, aunque quizás no estaba el horno para los bollos de la reconciliación. Claro que lo anterior no me cuadra con que
quedara en Madrid a Paul Winzer con el encargo de preparar a la Policía Armada
y a la Policía Secreta, dos nuevas creaciones del Régimen. En fin, que Himmler
se marchó sin el Grial y se debió de dar cuenta de que el ferrolano, tan bajito
y con bigote, cuando se le metía algo entre ceja y ceja, no le hacía cambiar de
opinión ni la mano derecha de Hitler. El propio “sonámbulo”, como lo llama William
Volmann en esa genial novela que es Europa Central, se daría cuenta poco después,
cuando se entrevistó con él, y es fama
que, al salir, dijo: “Prefiero sacarme
una muela que volver a hablar con este Franco”. A xente do Ferrol son así. ¡Qué imos facer!
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