No veo muy claro el negocio, pero voy a
hacerte caso. Mucha no puede ser la pérdida.
Y se pusieron a garrapiñar
almendras y a perfumar el pueblo con el olor del azúcar que iba envolviendo los
frutos con sus grumos y dándoles ese color dorado que preludia el sabor de las
garapiñadas.
Y aquella idea
del joven fue ganando terreno y un buen día, en la Exposición Universal de Barcelona,
allá por 1888, las almendras garrapiñadas de los Cubero Marqués ganaban un
merecido premio y, desde ese día, en las cajas, aparecía la medalla que, con el
tiempo, fueron varias y también fueron ocupando su lugar en la tapa.
Se marcharon los
Cubero Marqués a Rioseco, capital de aquella comarca, y allí establecieron una
pastelería, en una céntrica calle del pueblo. Allí empezaron a elaborar los
abisinios, llamados así por el color doradito que les hacía émulos de los
habitantes de Abisinia, los helados y algunos turrones.
Casi sesenta años después, un
descendiente de aquel Cubero Marqués, Florentino Cubero, se hizo cargo de aquel
negocio y, al casarse con María del Carmén Galván, que había aprendido el
oficio en obradores capitalinos, se decidió a darle “un nuevo aire” al negocio
familiar. Y así llegamos a nuestros días en los que la pastelería Cubero sigue
siendo un referente para los que tenemos el gusto de acercarnos hasta la Ciudad
de los Almirantes.
Por cierto, si no conocéis esta
pastelería acercaos y probad sus garrapiñadas y sus abisinios, redonditos y
morenitos, como los habitantes de aquel país que Faetón quemó al no saber
dirigir el carro del Sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario