Érase una vez un pastelero que
se equivocó, pero, en lugar de tirar la masa, decidió aprovecharla. Esta curiosa
historia tuvo lugar en Villalpando, un pueblo de Zamora, y el pastelero se llamaba Sinforiano Burgos.
Villalpando no tiene buena prensa entre los viajeros que van camino de Asturias
por la nacional VI y así, los que no saben o no pueden ver la belleza de este
lugar castellano, dicen que es “esa parada infernal de media hora para que pienses con cierta
desesperación por qué vivir en Madrid” o que es un “lugar de bocadillos de goma y frío
helador, donde siempre temes equivocarte de autobús y perder tu maleta, vórtice
temporal donde te visitan los fantasmas de todas las Navidades con desamor”.
¡Qué poética anda la gente viajera, Señor, y qué injusta es con esta esta
capital de partido judicial! Si se quedaran
un poco más, verían sus iglesias mudéjares, su puerta de la muralla, su Raso y,
si hubieran entrado con tiempo en algún bar, les habrían contado las mil y una
veces que Andrés Vázquez, el torero de la tierra, abrió la puerta grande de Las
Ventas y cómo, con ochenta años, le
cortó dos orejas y un rabo a un toro de Victorino Martín. Pero tienen demasiada prisa y se van buscando
los prados del norte, los prados de la su tierra.
Pero, con esta
apología de Villalpando, he dejado
colgado al pobre pastelero con su masa equivocada. En fin, don Sinforiano cogió
aquella masa y siguió adelante; cuando la sacó del horno, aquella masa se había
convertido en unos pastelillos horriblemente feos, pero muy ricos de sabor que
con el café de media tarde o con el del desayuno sabían a gloria bendita.
Parece ser que don Sinforiano no paraba de repetir al verlos: “¡Pero qué feos
son!” Y con feos se quedaron.
Tan curiosa
historia la cuenta, a quien se quiera acercar por la capital de la Tierra de
Campos zamorana, la Intercatia romana, Luis Mi Burgos, nieto de don Sinforiano
que ha dejado el negocio a sus hijas Raquel y Maite. La pastelería, por cierto,
no tiene pérdida: está en la plaza mayor y responde al nombre de La Concepción
pues fue este pueblo zamorano, en
1466, el primer pueblo que votó a favor
de la Inmaculada Concepción de María muchos años antes de que se aprobara el
dogma de fe.
Otra vez me he
alejado de la historia, pero esta vez con razón pues no puedo contar más sobre
los feos. Quedaría saber en qué se equivocó don Sinforiano, pero ese es un
secreto que pasa de padres a hijos en la familia Burgos y que no sabremos mejor
jamás. Hay que conformarse con la suerte.
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