Desde
hace ya muchos años, nuestros alumnos no saben nada de Viriato y, en las
clases, cuando sale su nombre, las caras de sorpresa revelan que dicen la
verdad. En nuestra época, el caudillo lusitano no faltaba en las lecturas
colegiales al lado de la cierva blanca de Sertorio o incluso de los santos
mártires Justo y Pastor que murieron en la Complutum romana. Como no podemos
dedicarnos a los tres a un tiempo, vayamos con el primero. Conste que el héroe
de la defensa lusitana frente a Roma era tan conocido en tiempos que hasta tiene
una calle en Madrid en el barrio de Chamberí en donde vive mi gran amigo José
Ángel de la Calle. No voy a entrar en detalles con estos calores que nos
achicharran sobre la patria de Viriato porque no acabaríamos nunca: Serra da
Estrela, Viseu, Zamora o hasta Cuenca se disputan el honor de haber sido la
cuna de tan señalado héroe. Sin embargo, sí quiero entrar en cómo murió. Os
cuento.
El
romano Cepión recibió en su tienda a Audax, Minuro y Ditalco que iban como
embajadores de Viriato. Bien porque se lo propusieron ellos, bien porque el
romano aprovechó la ocasión y los compró para que mataran a su caudillo, lo
cierto es que, al volver, los tres turdetanos clavaron un puñal en el cuello a
Viriato que dormía siempre con la armadura puesta. Cuando los tres traidores
volvieron a Cepión para cobrar su infame dinero, éste les dijo las legendarias
palabras: Roma traditoribus non praemiat,
es decir, Roma no paga a traidores. Le faltó decir a Cepión “pero se aprovecha
de ellos”.
Nada
voy a decir ni del romano ni de los turdetanos y sí voy a comentar brevemente
cómo ya aparece en esta historia algo que , con mucho acierto, dijo el rey
Amadeo de Saboya más o menos con estas palabras: “El enemigo de los españoles
está en España misma”
Tanto
la traición a Viriato como las palabras del monarca italiano al que endosaron
el “marrón” de cargarse con el trono de España deberían hacernos reflexionar.
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