Estamos
en 1958 y los soviéticos han creado el premio Tchaikovsky para que quedara claro,
en plena Guerra Fría, quién mandaba en el mundo en asuntos musicales. Es
entonces cuando va y se presenta al premio un chaval tejano de veintitrés años
que toca tan bien que, mal que les pese, los integrantes del jurado quieren
premiar con el máximo galardón. Ha tocado con una brillantez y una musicalidad inigualable y el presidente
del jurado coge el teléfono y llama al presidente: “Camarada Presidente, hay aquí un muchacho estadounidense que toca muy
bien. Por unanimidad le queremos conceder el premio, pero antes queremos saber
su opinión. Quizás, no siendo de nuestro país ni de ningún país satélite,
nuestra decisión no le vaya a gustar.” Khrushchev, que no es recordado por su
sensibilidad ni por su delicadeza, le dice: “Es el mejor?” “Sí, camarada
presidente, es el mejor” – responde el presidente del jurado con un cierto
recelo y algo mohíno. “Pues entonces – responde el camarada presidente – no tengan
ninguna duda: concédanle el premio”.
Y
así fue como aquel chico que venía de Kilgore, en Texas, pero que había nacido
en Luisiana, se alzó con tan importante premio. Los americanos se lo tomaron
como haber puesto una pica en la URSS y, al regreso de Van Cliburn, lo pasearon
en coche descubierto por las calles neoyorquinas. Luego el chico siguió tocando
y fundó, con la ayuda de otros tejanos, el Premio Van Cliburn. El joven del estado de la estrella solitaria
estuvo grabando y actuando durante los años sesenta y setenta, pero, en 1978,
al morir su padre y su manager, se retiró y tan sólo tocó en momentos y fechas
muy señaladas como cuando en 1987 el presidente Gorbachov, aquel que tenía y
tiene una mancha en la calva, se reunió con Ronald Reagan, el actor que llegó a
la Casa Blanca. (En Estados Unidos, al revés que en España, los malos actores
se convierten en presidentes y no los presidentes en malos actores). Eso sí,
tocó para todos los máximos dirigentes norteamericanos desde Eisenhower. No en
vano había puesto en aquel día de 1958, tocando el Concierto nº1 de Tchaikovsky una pica en Moscú. Y eso, amigos, no es moco
de pavo. Se nos fue de este mundo un 27 de febrero del 2013 en Fort Worth, pero
siempre quedará en la historia de la música como aquel joven texano que con un
tupé como el de Karajan o el de Canetti les había bajado los humos a los
soviéticos aunque es verdad que los humos de los rusos en música están más que
justificados.
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