Hace unos meses os hablé de ese
maravilloso libro de Ivo Andric que se titula Un puente sobre el Drina. Su lectura me hizo descubrir a un
grandísimo escritor serbio y , como me gustó tanto, me compré los relatos que
tiene publicados en Acantilado (Café
Titanic y otros cuentos) y El elefante
y el visir. Me he leído (ya no voy a repetir más que durante la cuarentena)
esos relatos del Café Titanic y creo que son de los mejores que he leído en los
que va de año y, sin duda en muchos años. Bastaría el último y más largo, Café Titanic, para poner a este librito
de Acantilado en el altar de mis lecturas favoritas: dos personajes frente a
frente que revelan lo peor y lo mejor de cada uno. Uno de ellos, un sefardita
rechazado hasta por sus propios hermanos; el otro, un personaje sin escrúpulos que
se acaba haciendo ustacha (de estos, ya hablaremos) que me recuerda a esos
comisarios políticos que, antes de que se acabara la Guerra Civil, ya se
estaban afiliando a Falange. Un resentido que se ha considerado siempre un
cobarde y que se tiene que demostrar a sí mismo que tiene valor dando el paseo
a quien le pille. (¿No os suena, hermanos?) Y Andric lo cuenta con la maestría
que de la que hacía gala este gran escritor serbio. Una gran narración de un gran narrador.
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