Hacía tiempo
que no leía alguna novela de don Armando Palacio Valdés y puesto que la que no
había leído nunca era los majos de Cádiz, a ello me he puesto. Y, como siempre,
no me ha defraudado el gran escritor asturiano. La novela transcurre en Cádiz y
Palacio Valdés nos pinta la “tacita de plata” de tal manera que olemos el mar
desde la novela, sentimos el barrio de la Viña y entramos en algún “montañés”.
Los personajes son “chulapos” de los barrios de Cádiz y los amores entre los
majos y las majas son amores que se enturbian, pero que, al final, tienen un
final feliz porque don Armando tenía ese optimismo que hace que leer sus
novelas sea un antidepresivo muy necesario en estos días que no están siendo casualmente
fáciles. Siempre os he recomendado las obras de Armando Palacio Valdés; no
busquéis en ellas una literatura llena de grandeur,
pero sí una literatura de un hombre bueno porque también desde el “buenismo”
se puede hacer buena literatura. (Lo siento, señor Umbral, pero nunca estuve de
acuerdo con aquello de que “ literatura nace de las malas ideas”) Yo sé que
algunos me vais a decir que ya está pasado de moda, que los temas huelen a
naftalina, que esos amores ya no se llevan por el mundo; sí, ya lo sé, pero a
mí me gustan y disfruto mucho con una novela de Palacio Valdés entre las manos.
Si la música pimba fue un pecado de juventud, la literatura de don Armando es
un pecado de madurez y uno ya va teniendo edad para permitirse ciertos pecados.
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