martes, 24 de marzo de 2020

JARDÍN JUNTO AL MAR DE MERCÈ RODOREDA



Antes de todo este lío del procés, los burgueses de Barcelona veraneaban en las “torres” que se habían hecho junto al mar, eso sí, con mano de obra charnega que para eso era el charnego, hombre bajito, moreno y con cara de mala leche porque creía que no fornicaba lo suficiente. La burguesía catalana se montaba unos fiestorros (confer Carlos Barral) de los que ocupan la noche y parte del día y en aquellos fiestorros corría el alcohol y la coca en barra libre. Eran la casta poderosa para la que trabajaba el andaluz, el extremeño, el gallego, en definitiva, el genéticamente inferior. En aquellos jardines junto al mar, los señoritos se enamoraban y se desenamoraban, se revolcaban y se dejaban de revolcar, paseaban en barca y se tomaban el cóctel a la sombra de las buganvillas en flor mientras el currante de Badalona andaba con la zamarreta remendada de andamio en andamio. ¡Quién hubiera conocido aquellos jardines junto al mar!¡Quién hubiera conocido esos baños a la luz de la luna en los que las señoritas se olvidaban de su director espiritual! ¡Quién hubiera conocido aquellas “torres” señoriales, modernistas, cultas como aquella burguesía catalana!


         Mercé Rodoreda escribe una fantástica novela sobre esa burguesía y le pone como narrador al jardinero que no era charnego, sino catalán: un hombre del pueblo, pero que tenía todos los cromosomas del catalán puro. Rodoreda, que era una gran escritora, nos regala una joya, un retazo de vida, de aquellos veranos que duraban de junio octubre que era cuando los burgueses regresaban a sus pisos de Barcelona. Rodoreda era una gran escritora y nos lo cuenta todo con la voz sencilla de un jardinero que perdió a su mujer muy joven; de una gran persona que cuya única aspiración es cuidar las flores que luego los señoritos pisotean. Todavía no había tomado conciencia ni andaba por aquellos pagos ERC con el señor Gabriel Rufián y su lenguaje de la calle de los prostíbulos. Eran los tiempos en que aquella burguesía le cantaba el Cara al sol a don Paco con la barretina almidoná y los nardos “apoyaos” en la cadera si la butxaca se llenaba con esos billetes verdes tan bonitos que emitía el Banco de España. Aquella burguesía no le hacía ascos a las “estampitas” de Madrid y, si podían, hasta se iban a la capital para llevar mejor sus negocios. Luego, eso sí, in phantasma, como la deixis de Bühler, se hacían de la izquierda y como Gil de Biedma hasta se querían hacer militantes del PCE en donde no pudo entrar porque los comunistas no querían homosexuales en el partido por su promiscuidad. Liberados que estaban los “camaradas”.


         Pero basta ya de rollos y porque ya es hora de que termine y que diga alto y claro:


         Gracias, señora Rodoreda, por esta gran novela, Jardín junto al mar.

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