Antes de
todo este lío del procés, los
burgueses de Barcelona veraneaban en las “torres” que se habían hecho junto al
mar, eso sí, con mano de obra charnega que para eso era el charnego, hombre
bajito, moreno y con cara de mala leche porque creía que no fornicaba lo
suficiente. La burguesía catalana se montaba unos fiestorros (confer Carlos
Barral) de los que ocupan la noche y parte del día y en aquellos fiestorros
corría el alcohol y la coca en barra libre. Eran la casta poderosa para la que
trabajaba el andaluz, el extremeño, el gallego, en definitiva, el genéticamente
inferior. En aquellos jardines junto al mar, los señoritos se enamoraban y se
desenamoraban, se revolcaban y se dejaban de revolcar, paseaban en barca y se
tomaban el cóctel a la sombra de las buganvillas en flor mientras el currante
de Badalona andaba con la zamarreta remendada de andamio en andamio. ¡Quién
hubiera conocido aquellos jardines junto al mar!¡Quién hubiera conocido esos
baños a la luz de la luna en los que las señoritas se olvidaban de su director
espiritual! ¡Quién hubiera conocido aquellas “torres” señoriales, modernistas,
cultas como aquella burguesía catalana!
Mercé
Rodoreda escribe una fantástica novela sobre esa burguesía y le pone como
narrador al jardinero que no era charnego, sino catalán: un hombre del pueblo,
pero que tenía todos los cromosomas del catalán puro. Rodoreda, que era una
gran escritora, nos regala una joya, un retazo de vida, de aquellos veranos que
duraban de junio octubre que era cuando los burgueses regresaban a sus pisos de
Barcelona. Rodoreda era una gran escritora y nos lo cuenta todo con la voz
sencilla de un jardinero que perdió a su mujer muy joven; de una gran persona
que cuya única aspiración es cuidar las flores que luego los señoritos
pisotean. Todavía no había tomado conciencia ni andaba por aquellos pagos ERC
con el señor Gabriel Rufián y su lenguaje de la calle de los prostíbulos. Eran
los tiempos en que aquella burguesía le cantaba el Cara al sol a don Paco con la barretina almidoná y los nardos “apoyaos”
en la cadera si la butxaca se llenaba con esos billetes verdes tan bonitos que
emitía el Banco de España. Aquella burguesía no le hacía ascos a las “estampitas”
de Madrid y, si podían, hasta se iban a la capital para llevar mejor sus
negocios. Luego, eso sí, in phantasma,
como la deixis de Bühler, se hacían de la izquierda y como Gil de Biedma hasta
se querían hacer militantes del PCE en donde no pudo entrar porque los comunistas
no querían homosexuales en el partido por su promiscuidad. Liberados que
estaban los “camaradas”.
Pero
basta ya de rollos y porque ya es hora de que termine y que diga alto y claro:
Gracias,
señora Rodoreda, por esta gran novela, Jardín
junto al mar.
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