Fijaos, si no tenéis otra cosa
mejor que hacer en este texto:
Entonces
Jefté hizo un voto al Señor: «Si entregas a los amonitas en mi mano, el primero
que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro, cuando vuelva en paz de la
campaña contra los amonitas, será para el Señor y lo ofreceré en holocausto». Jefté
pasó a luchar contra los amonitas, y el Señor los entregó en su mano. Los
batió, desde Aroer hasta Minit —veinte ciudades—, y hasta Abel Queramín. Fue
una gran derrota, y los amonitas quedaron sometidos a los hijos de Israel. Cuando
Jefté llegó a su casa de Mispá, su hija salió a su encuentro con adufes y
danzas. Era su única hija. No tenía más hijos. Al verla, rasgó sus vestiduras y
exclamó: «¡Ay, hija mía, me has destrozado por completo y has causado mi ruina!
He hecho una promesa al Señor y no puedo volverme atrás». Ella le dijo: «Padre
mío, si has hecho una promesa al Señor, haz conmigo según lo prometido, ya que
el Señor te ha concedido el desquite de tus enemigos amonitas». Y le pidió a su
padre: «Concédeme esto: déjame libre dos meses, para ir vagando por los montes
y llorar mi virginidad con mis compañeras». Él le dijo: «Vete». Y la dejó ir
dos meses. Ella marchó con sus compañeras y lloró su virginidad por los montes.
Al cabo de dos meses volvió donde estaba su padre, que hizo con ella según el
voto que había pronunciado. Ella no había conocido varón. Y quedó como costumbre
en Israel que de año en año vayan las hijas de Israel a conmemorar durante
cuatro días a la hija de Jefté, el galaadita.
Bueno,
ya veis: Jefté hace un voto que tiene que cumplir, El texto pertenece a la
Biblia, más en concreto al Libro de los Jueces, capítulo once, versículos 30 al
40.
Vamos a
ver otra historia y me contaréis:
Tras la caída de Troya, existen
diferentes tradiciones sobre su regreso:
en una de ellas, el héroe fue sorprendido por una violenta tempestad y prometió
al dios Poseidón que si llegaba vivo a su casa le
ofrecería en sacrificio al primer ser vivo que se encontrara. Para desgracia
del héroe, a quien primero vio al tocar tierra fue a su propio hijo. Él, de
todos modos, cumplió su voto.
Sobre este tan desgraciado Mozart
escribió su ópera Idomeneo, re di Creta.
Fijaos que en la historia bíblica y en esta historia resumida aparecen los
mismos componenentes:
a)
Un juramento en el que se ofrece en sacrificio al
primero que se encuentre.
b)
Un favor a cambio: conseguir una victoria o salir
sano y salvo de una tempestad.
c)
La aparición desafortunada del a hija, en el
primer caso, o del hijo en el segundo.
d)
El sacrificio, pese a que son hijos del que lo
pronuncia, se lleva a cabo.
Sin embargo, leyendo Los años de juventud del doctor Angélico, me he llevado una muy
grata sorpresa porque resulta que Palacio Valdés, siempre con su bonhomía y
gran conocedor de la Historia Sagrada y de la mitología clásica, hace de este
mitema algo jocoso y divertido. Veamos cómo utiliza el mito clásico y el relato
bíblico ad iocandi modum:
“Se hallaba nuestro joven una tarde celebrando su
acostumbrada conferencia con Sócrates cuando se le ocurrió preguntar al célebre
filósofo si estaba destinado por Dios a ser casado o soltero y en el primer
caso quién sería la mujer a la cual habría de llamar esposa. La respuesta del filósofo fue terminante:
“La primera mujer que veas y te hable, ésa será tu esposa”.
Jáuregui,
el receptor del oráculo, era muy aficionado al espiritismo y le
preguntaba a Sócrates en sus sesiones por diferentes cuestiones. Sigue un punto y aparte más abajo:
“En
aquel mismo instante llamaron con la mano a la puerta de escape de su alcoba.
Toda su sangre fluyó al corazón.
-
¿Se puede?-dijo una voz femenina desde fuera.
Era la criada de su planchadora que solía traerle
dos veces por semana la ropa. Jáuregui, sin responder, se apresuró a echar el
cerrojo. No llegó a tiempo.”
Vemos en este relato humorístico cómo
el pobre Jáuregui, aunque intenta echar el cerrojo, no puede y no puede porque
los “oráculos no se pueden dejar sin cumplimiento”.
Palacio
Valdés, con ese humor tan propio, nos sigue contando:
“Esta Celedonia, criada y aprendiza de
su planchadora, era una moza de veinte años, frescachona y razonablemente fea,
la boca grande, la nariz ancha, los ojos saltones. Su ilustración al mismo
tiempo no dilatada. Sumaba por los dedos bastante bien, pero no había abordado
otros misterios de las matemáticas. Hablaba con todos como si estuvieran al
otro lado del río; sus fuerzas, hercúleas; sus discursos , pintorescos; su
risa, formidable”
Pues el bueno
de Jáuregui se casó con Celedonia y hasta fueron felices y comieron perdices.
¡Sócrates no se podía equivocar!
No hay comentarios:
Publicar un comentario