Eran los
principios el siglo XVII y los monjes de Oseira estaban buscando un
emplazamiento para una feria. El monasterio quedaba algo a trasmano y ellos
buscaban un cruce de caminos. A pocos kilómetros de allí, a orillas del río
Arenteiro, encontraron el lugar ideal porque en él se cruzaban dos caminos
principales: el que venía desde Portugal pasando por Ribadavia, Leiro, y San Clodio
y el que venía desde el este e iba hacia las Rías Bajas. El primer camino seguía
camino de Santiago por Irixo y Lalín; el segundo camino subía O Paraño para
bajar después, serpenteando por un terreno montañoso, hasta la ciudad del
Lérez. Los monjes decidieron que aquel cruce de caminos era el lugar ideal y
decidieron establecer su feria. Con el tiempo, aquel lugar fue recibiendo
habitantes que fueron creando un pequeño núcleo de población en torno al ya
mencionado río Arenteiro, en una tierra además que, desde los romanos, había tenido fama por sus
aguas termales pues ya los propios romanos habían tenido termas en Partovia.
Cuentan que había en aquel nuevo núcleo de población un roble pequeño -o quizás
no tanto-, al que los vecinos, de manera
afectuosa, con ese diminutivo afectivo tan propio del gallego, bautizaron como
O Carballiño. Pasando el tiempo, aquel pequeño núcleo fue creciendo hasta que
llegó a ser la capital do Arenteiro, un lugar famoso por sus balnearios, por su
riqueza forestal y por los vinos que se empezaban a ver en ese profundo
desnivel que baja desde la población camino de Ribadavia. Con el tiempo, el rey
Alfonso XII pernoctaría en un pazo de La Almuzara y el gran arquitecto gallego,
José Iglesias Ramilo, construiría el tempo de la Vera Cruz que no pudo ver terminado.
De recias casas construidas con el granito de la zona y soportales soñadores
para tardes de lluvia, O Carballiño es hoy un centro comercial de primer orden
y sigue teniendo su feria todos los lunes quizás como recuerdo a esa feria que
lo creó; a esa feria que los monjes de Oseira quisieron establecer a principios
del siglo XVII.
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