Librada
era una chica que todos los días iba desde su pueblo, Cardeñosa, a Ávila. Esto
según los antropólogos, significa la comunicación entre el campo y la ciudad.
Es decir, que Librada se adelantó en varios siglos a los abulenses que van y
vienen a Madrid a trabajar o a los que dejaron la ciudad y se fueron al foro.
En fin, sigamos. Estaba contando que la chica de Cardeñosa bajaba todas las mañanas
del pueblo a la ciudad; despachaba sus
encargos y regresaba a Cardeñosa. Así lo llevaba haciendo desde que era
pequeña.
Sin
embargo, aquel día notó algo extraño: un hombre la seguía a los lejos. Librada
apretó el paso, pero aquel facineroso lo apretó también. Ya veía la muchacha la
muralla abulense cuando decidió echar a correr y refugiarse en la ermita de San
Segundo, muy cercana ya al puente Adaja. Aquel desaprensivo aceleró también el
paso y se puso a correr también detrás de Librada que, tras entrar en la
ermita, le pidió ayuda al santo varón apostólico que fue San Segundo.
Cuando
salió, allí seguía el tipo aquel. Se había sentado a la sombra de un árbol, uno
de los que daban sombra a la ermita, y miraba con ansia a la puerta. Cuando vio
que alguien salía del pequeño templo, se acercó hasta él.
-
¡A la paz de Dios, hermano! ¿Ha visto a una muchacha
entrar en ese templo? Es mi hermana.
-
No. Tenga vuesa merced la seguridad de que no he
visto entrar a nadie y llevo desde el alba rezando en su interior.
-
¡No es posible! ¡Yo venía tras ella cuando se ha
metido en la ermita!
Tiene
que estar en algún sitio escondida.
-
No, es imposible. Yo mismo he revisado la ermita
antes de cerrar y no había nadie. Mire, le llevo las llaves al santero.
Aquel canalla no daba fe a lo
que oían y veían sus ojos: él mismo había visto a la muchacha entrar y ahora
aquel joven barbudo le decía que dentro de la ermita no había nadie.
Vio cómo
el joven de luengas barbas se marchaba camino de Ávila y entraba por la puerta
del puente y se marchó por el camino sabe Dios hacia dónde. ¡Maldita muchacha
que se le había escapado!
No
sabía el desgraciado que aquel barbudo que ya había entrado en la ciudad era la
mismísima Librada que, al haberle pedido ayuda al santo, había visto crecer en
su rostro una luenga barba que le tapaba incluso hasta los vestidos por
delante.
Hasta
aquí la historia que cuentan las abuelas a los nietos en las noches de nieve.
Para cualquier mínimo conocedor de la mitología clásica – no hace falta ser un Ruiz de Elvira-, la historia es
muy parecida a la de Apolo persiguiendo a Dafne. Si recordáis, Dafne se
metamorfoseó en laurel y Apolo se quedó, como dice Quevedo en su gran soneto,
“escabechado”. Librada se metamorfoseó
convirtiéndose en un joven barbudo. ¿Un mitema? Pues es posible.
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