Veíamos
el otro día la aventura de los textos latinos, pero no menor es la de los
textos griegos que, hasta la caída del
Imperio Romano de Occidente, circulaban , en unos sitios más que en otros y
unas obras más que otras, por escuelas y bibliotecas. Aquellos textos griegos
abundaban más en el Imperio Romano de Oriente cuya lengua oficial - ¡no lo
olvidemos!-, era el griego y así Constantinopla devino en la gran capital del
griego.
Aquel territorio siguió produciendo una literatura en griego
que llegaría hasta la caída de Constantinopla en manos de los turcos casi mil
años después. En esta loca aventura de los textos griegos, desde el principio del Islam, los textos fueron traducidos al árabe y al siríaco y
ambas lenguas se convirtieron en un sustrato en el que vivieron cómodamente las
obras griegas. En Bagdad, existió la conocida como Casa de la Sabiduría en
donde se tradujeron al árabe textos de Aristóteles y de Euclides y no sólo se tradujeron,
sino que se comentaron con sumo rigor y conocimiento. La Escuela de Traductores
de Toledo va a ser un centro de traducción de primer orden de Aristóteles que del árabe lo traducían al latín.
En los monasterios occidentales, apenas había textos griegos
y los pocos que había se utilizaban para escribir sobre ellos textos en latín
que solían ser eclesiásticos aunque también había algún autor latino (Cicerón
sin ir más lejos) en estos palimpsestos, que es como se llamaban estos
manuscritos con esta palabra griega que significa “copiar dos veces”.
Ya en el siglo XIII, los cruzados se trajeron textos griegos
de oriente y, en ese mismo siglo, tenemos a Avicena, un autor que dejaría una
gran impronta en la filosofía, la teología y la ciencia.
Pero aún nos quedan dos siglos para que se empiece a traducir
directamente del griego a las lenguas romances. Si me lo permitís, lo dejo para
otra entrada.
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