Vamos a
seguir con este apasionante tema de la transmisión de los textos latinos.
Cuando todo parecía que estaba perdido, aparece un pequeño foco de luz por el
occidente más occidental: Irlanda. En
este lejano país aparece San Columbano, un monje que tras haber estudiado en la
isla, viaja al continente y allí compra manuscritos y se trae la semiuncial que
ellos convertirían en la semiuncial irlandesa. Sin embargo, la gran labor de
difusión de San Columbano fue cuando se marchó para Europa de nuevo y comenzó a
fundar monasterios como Luxeil , Bobbio o Saint Gall. Él y otros compañeros,
los scotti peregrini, fueron llenando
Europa de textos latinos además de ir sembrando la fe. Los nombres de estos
“escoceses peregrinos” lo dicen todo: Virgilio de Salzburgo, Dungal, Sedulio
Scoto y Juan Escoto Eurígena. Por tanto, en este renacimiento anterior al
carolingio, se escucha un fuerte acento irlandés.
Sin
embargo, pronto va a surgir un segundo foco de entrada de la cultura latina:
Canterbury. El papa Gregorio Magno envía a Agustín a Inglaterra y lo envió con
vestidos y vasos sagrados, pero también con codices
plurimos. En el 668, hay una segunda misión que encabezan Teodoro de Traso
y Hadriano de Niridano que llevan también buena copia de libros. Estamos en una
época en la que los nombres de los grandes clásicos no son desconocidos y la
corriente de misioneros irlandeses no dejó de fluir: Willibrord o Bonifacio
llevaban la religión y la cultura latina allí por donde iban porque pensaban
que la base de la educación eclesiástica era una biblioteca bien abastecida y
bien seleccionada. Con estas ideas tan “modernas” para estos siglos, los monjes
van poniendo los pilares de lo que será el Renacimiento Carolingio que abarca
de fines del siglo VIII o comienzo del IX y que está presidida por la
personalidad política y espiritual de Carlomagno. Pero de este renacimiento os
hablaré en el siguiente capítulo.
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