Nos vamos
a situar en el siglo V. d. C. en el que se produjo lo que podríamos llamar el
colapso final del Imperio Romano de Occidente. Roma había caído el 476, pero en
el reinado de Teodorico, rey ya de los visigodos, destacan dos figuras
fundamentales en la transición del mundo antiguo al medieval: Boecio y
Casiodoro.
El
norte de África se queda al margen de la cultura occidental, la Galia se
ajustaba con dificultad a cualquier fomento de la continuidad cultural y España
tiene un momento de gloria con Isidoro de Sevilla a finales del VI y comienzos
del VII.
La
Iglesia se convierte en receptora de los libros, pero los libros de la
literatura pagana parece que tienen pocas posibilidades de sobrevivir. Sin
embargo, un hecho es indudable: los libros, recogidos en los primeros
monasterios, son conservados aunque muchas veces fuera en contra de la propia
religión. Quiero decir que Ovidio era un autor pagano poco edificante para los
cánones orales de la época, pero Ovidio se conservó igual que aquellos autores a los que se les
consideraba precristianos como Virgilio o Séneca.
Gran
importancia tiene en este proceso de conservación la fundación del monasterio
italiano de Monte Casino, una fundación de San Benito en 529, cincuenta y tres
años tan sólo después de la caída de Roma.
El
problema es muy grave porque los cristianos de los siglos VI y VII veían en la
literatura clásica una rival invencible pues los grandes autores clásicos
tenían una mayor calidad y eran además una amenaza para la moral. Lo ideal
sería un lugar en donde los que querían aprender latín pudieran hacerlo sin
sentimiento de inferioridad o miedo. Pero este espíritu no se empezó a tener
hasta el renacimiento Carolingio. Desde mediados del siglo VI hasta este
renacimiento, pereció buena parte de la literatura clásica. Durante estos años
los clásicos de Grecia y Roma son utilizados como palimpsestos en los que se
escribían obras de mayor divulgación en esa época. Pero no pensemos que hubo
saña en esa destrucción de manuscritos, sino un simple espíritu “ahorrador”:
los manuscritos eran muy caros y había que reutilizarlos en autores que tenían
“más salida”. Entre los borrados, encontramos a 000Terencio, Plauto, Cicerón,
Livio, los dos Plinios, Salustio, Virgilio, Ovidio y hasta el mismo Séneca. Es
decir, más o menos, la plana mayor de la literatura latina.
¿Se
quedó Europa sin los clásicos? Vamos a verlo, si me lo permitís en el capítulo
segundo.
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