¿Nos
hemos preguntado alguna vez qué es lo que les debemos a los monjes? Obviamente,
a parte de sus oraciones, les debemos, como ya se ha dicho muchas veces, el que
los textos clásicos hayan llegado hasta nosotros. Pero no sólo eso pues hay por
lo menos tres ámbitos en los que la herencia de los monjes ha sido fundamental.
Vayamos con ellos.
El primero es la agricultura. No podemos pensar en que la agricultura
hubiera sido igual sin los monjes porque fueron ellos los que introdujeron, sin
ir más lejos, el cultivo de la vid, tanto para el vino de consagrar, como para
el vino que se usaba, siempre siguiendo la Sancta Regula benedictina, en los
monasterios. Tal y como dejé claro en mi libro sobre Boecillo, les debemos a
los monjes de San Benito el cultivo de la vid en nuestro pueblo y el clarete boecillano
(hoy, desgraciadamente, perdido) no hubiera llegado a existir si no hubiera
sido por los monjes. Y, como en nuestro pueblo, en muchos lugares de Europa
pues los monjes llevaron el cultivo de la vid desde el Rin al Mediterráneo y,
por ejemplo, fueron, ya en el siglo XVII, los que sentaron las bases para la
fabricación del champán siendo el muy afamado Dom Perignon el que empezó a
producirlo siguiendo las mismas pautas que se siguen usando hoy en día. Tampoco
podemos olvidar que los monjes, aunque talaron bosques para la agricultura,
también plantaron árboles creando por lo tanto una agricultura “sostenible”
muchos siglos antes de que la palabreja anduviera por periódicos y redes
sociales.
Sin embargo, no nos podemos olvidar de un aspecto en el que
también destacaron y que nos puede causar extrañeza: la metalurgia. Los monjes
consiguieron un fundido del hierro de una calidad casi como la de este siglo
perdiendo en la fundición muy poca cantidad de mineral. También en el aspecto
tecnológico asombran sus sistemas de bombeo de agua. Si alguno visita el monasterio
orensano de Oseira, visita muy recomendable,
puede ver el sistema de cañerías que tenían y cómo estas cañerías, de anchura
decreciente, conseguían presión para el agua del monasterio.
Tampoco podemos olvidar la labor caritativa pues muchos siglos
antes de subsidios y ayudas, la “sopa de convento!” daba de comer a gran
cantidad de pobres que tenían en los monasterios un refugio seguro pues no
olvidemos que la Regla benedictina dice que “ todo aquel que llame a la puerta de un monasterio
debe ser considerado como si Cristo en persona llamara”.
No es baladí la obra cultural de los monasterios y tampoco
son baladíes las obra técnicas,
económicas, civilizadoras y agrícolas de los monjes benedictinos. No en balde, Carlomagno llamó a San Benito “el padre de
Europa” y Benedicto XVI se puso Benedicto no sólo por Benedicto XV, papa de
principios del siglo XX, sino por Benedictus, el fundador de la orden que nos
ha ocupado en esta entrada. Pero de Benedicto XVI y de San Columbano, santo
irlandés, ya hablaremos en mejor ocasión.
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