La
República de Wiemar tenía su constitución de 1919 que de nada sirvió para
frenar a Hitler. Veamos con detalle su ascenso.
El 30 de enero de 1933, Hitler consigue
ser canciller de Alemania por mayoría simple, pero su idea era disolver el
parlamento alemán (Reichstag). Hindenburg era ya un octogenario y Hitler le
insistía para que convocara elecciones. Sin embargo, la historia tomó un
derrotero terrible.
Llegamos al 27 de febrero de 1933, tan
sólo veintiocho días después, y se
produce el incendio de la Reichstag cuya culpa fue atribuida a los comunistas y
más en concreto a Marinus van der Lube, “un holandés errante que pasaba por
allí” que acabó ejecutado. Hitler, canciller de Alemania (no lo olvidemos) no
perdió el tiempo: al día siguiente aparece el Decreto del Incendio del
Reichstag en el que, entre otras cosas, quedaba suspendida la libertad de
expresión y de asociación y se tomó Hitler el derecho de poder detener a sus
oponentes. Pero no termina aquí la cosa pues Hitler, el 24 de marzo de ese
mismo año, consiguió que el Reichstag aprobara un decreto, la Ley habilitante (
Ermächtigungsgesetz vom 24. März 1933)
que sacó adelante con el voto del centro alemán y con el engaño a los católicos
a los que prometió que permitiría el funcionamiento de escuelas religiosas,
pero, como era de esperar, no se cumplió. Hitler, con este decreto, tenía el
poder de Alemania en sus manos. Göbbels lo explicó muy bien:
La
voluntad del Führer ha quedado establecida totalmente, los votos ya no importan
más. Sólo el Führer decide. Esto ha sucedido más rápidamente de lo que esperábamos.
Lo
que sigue ya lo sabemos bastante bien, pero, en otra entrada, recordaré cómo
las potencias occidentales permanecieron cruzadas de brazos mientras el cabo
del bigotillo seguía imparable hacia la mayor tragedia que había visto hasta
entonces la humanidad. Lo dejamos para otro día.
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