Llevaba
ya un tiempo queriéndoos contar mi visión particular de la Segunda República
Española. No soy historiador y alguno me podéis decir aquello de “zapatero (con
perdón) a tus zapatos”, pero es tan sólo mi humildísima opinión.
Lo primero de lo que creo que hay que
tratar son de unos antecedentes sociales y políticos.
España traía desde la época napoleónica,
el lastre de un pueblo dividido. Aquella luz ilustrada que se vio en el siglo
XVIII se vio pronto apagada y no hubo, a lo largo del siglo XIX, un gobierno
que supiera sacar al pueblo de su miseria. Basta con leer a mi amado Galdós para
ver cómo vivía el pueblo llano de Madrid por el siglo XIX. El país no
encontraba la paz: guerras de independencia en América, guerras carlistas,
guerra con EEUU y pérdida del imperio español y, como remate, la sangría de la
Guerra de África que ocupó también un cuarto de siglo XX. Esa Guerra de África
beneficiaba a los militares y a los poderosos, pero se llevó por delante a la
juventud española cuya sangre empapó la tierra africana. El descontento social
era muy grande porque los ricos eran muy ricos y los pobres muy pobres. Un
tópico, pero, por desgracia, una realidad en aquella España.
Cuando llega la República, Alfonso XIII
es un rey que tiene muy poco ascendente sobre los españoles que han visto,
mediante el informe Picasso, cómo el rey,
metiéndose a estratega, ha metido la real pata. Pese a ello, los resultados de aquel 14 de abril no son
malos para la monarquía aunque cae derrotada en las ciudades principales de España.
Alfonso XIII decide marcharse para evitar un baño de sangre y las gentes se
echan a la calle, se suben en los topes de los tranvías y se van a la Puerta
del Sol a celebrar no el nuevo año, sino la nueva vida que les iba a deparar el
cambio de régimen.
Pero pronto se establecen dos bandos:
los obreros, que viven en muy malas condiciones, y que ven en la República el
camino para una revolución al estilo soviético. Ni Largo Caballero, ni Prieto
venían ni querían una República democrática, sino que la consideraban como un
camino para llegar a la Revolución bolchevique al estilo ruso. Si tenéis dudas,
podéis mirar las portadas de El Socialista publicadas por aquellos años. Tan
sólo un socialista al que admiro mucho, don Julián Besteiro, catedrático de
Lógica, ponía una nota de cordura en esa locura de odio y de revancha.
Del otro lado estaban unas clases
privilegiadas que no querían perder sus privilegios seculares y que intentarán
por todos los medios acabar con la República.
Ya sé que hay mucho más, que nada es
blanco ni negro, que hay que matizar, pero se ve aquí lo que tantas veces dice
Manuel Chaves Nogales, el grandísimo escritor andaluz: faltó ( y falta) una
tercera España.
Esperemos que, algún día, seamos
capaces de vivir en paz.
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