martes, 31 de agosto de 2021

LA REVUELTA DE JONIA. LAS GUERRAS MÉDICAS (I)

 


Aristágoras  subió lentamente para arengar al pueblo. Se había convertido en el tirano de Mileto cuando su tío Histieo se convirtió en consejero de Darío I. Le gustaba ser tirano de tan hermosa ciudad  de Asia Menor, la ciudad de Tales,  y quería hablar al pueblo de cómo la isla de Naxos se había rebelado, había expulsado a los tiranos filopersas que la gobernaban y sus habitantes habían instaurado un régimen más o menos democrático. Desde la improvisada tribuna de un templo, con los pies en el estilóbato, anunció al pueblo que las gentes de Naxos le habían solicitado ayuda y él había aceptado a cambio de convertirse también en tirano de la isla. El pueblo voluble y maleable aceptó la propuesta de Aristágoras y éste envió un mensajero a Artafernes, sátrapa de Lidia y hermano de Darío I para que se hiciera su aliado en la conquista de Naxos. Tan pronto como llegó el mensajero y le reveló su mensaje, Artafernes  envió otro mensajero a su hermano que aceptó de buen grado siempre y cuando la expedición fuera comandada por el persa Megabates. No fue del agrado del milesio esta condición, pero la acabó aceptando. Al fin y a la postre, algún precio habría que pagar por ser el líder de aquel territorio tan cargado de historias mitológicas.  La revuelta de la isla cicládica había tenido lugar en el año 502 a. C y corría el año 501 a. C cuando la expedición partió para conquistarla y ponerla bajo el mandato de Aristágoras. Sin embargo, los temores del milesio se cumplieron y Megabates lo traicionó avisando a los habitantes de la isla de que una flota se acercaba para conquistarles. Aristágoras, en la soledad de su cámara, se llenó de una rabia que no podía controlar y pensó en lo acertado que estuvo al desconfiar de aquel persa maldito. Ya no había remedio y la noche lo contemplaba con las manos en la cabeza, buscando enfebrecido una manera de vénganse de aquellos traidores.

         Todo había comenzado muchos años atrás cuando las ciudades griegas de Asia Menor pertenecían al reino de Lidia y, pagando un tributo a Creso, podían vivir en paz. Sin embargo, en el año 546 a. C este monarca fue derrotado por Ciro y aquellas ciudades cultas y prósperas pasaron a formar parte del imperio persa o aqueménida. Darío I, el sucesor de Ciro, gobernó aquellas ciudades con un gran sentido del tacto y de la tolerancia aunque, hábilmente, apoyó a los fenicios, aliados de los persas y enemigos de los griegos. Además, los jonios sufrieron tres duros reveses: la toma de Naucratis en Egipto, la conquista de Bizancio y la caída de Síbaris, ciudad conocida por su lujo y por su riqueza.

         Aristágoras, molesto por haber sido traicionado por Megabetes y herido por la toma de estas ciudades, decidió movilizar a las ciudades jonias contra los persas. Corría el año 499 a. C y el tirano milesio decidió pedir ayuda a los griegos del otro lado del mar que no dejaban de ser sus hermanos. Pero a su llamada tan sólo contestaron Atenas y Eretria; Esparta no quiso saber nada.

         Aristágoras empezó ganando y redujo a cenizas Sardes, la capital de la satrapía de Lidia,  mientras la flota tomaba Bizancio y la liberaba de las manos persas. Pero Darío no se quedó con las manos cruzadas y envió un ejército que venció a los griegos en Éfeso y una flota que hundió a la flota helena en la batalla de Lade. Los persas sofocaron la revuelta griega y fueron recuperando, una por una, todas las ciudades jonias. También arrasaron Mileto y sus habitantes fueron enviados  como esclavos a Mesopotamia. El ambicioso sueño de Aristágoras, aquel que tuvo una tarde mirando desde la playa cómo el sol se ponía en el mar, acabó mal pues Darío I inició una represión de aquellos que habían ayudado a los griegos. Pero esto os lo cuento en la próxima entrada.

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