En
el campo de concentración de Auschwitz, del que hablamos en la entrada anterior
por ser el lugar (el infierno) en donde murió Edith Stein, había un prisionero
con el número 16670. La causa de su encierro es tan peregrina como la de millones
de presos: ser fraile franciscano y haber ayudado a judíos; escribir desde su
conciencia contra la Alemania nazi, ser rebelde, con toda razón, con los carceleros y un largo etcétera de
acciones que atacaban a aquel régimen de terror. El franciscano acabó en ese
campo, pero dando gloria a Dios y ejemplo a sus verdugos Como era sacerdote, no
quiso dejar de actuar como tal y eso le hizo enfrentarse, una vez más, a las
autoridades. Maximiliano María Kolbe tuvo que soportar una nueva injusticia: el
mandamás del campo estableció que, por cada prisionero que se fugara, morirían de hambre diez elegidos al azar. Y así fue:
el “capo” del campo eligió a diez inocentes que tendrían que morir de hambre y,
entre ellos, a un padre de familia cuya mujer había muerto en ese campo. Se llalmaba
Franciszek Gajowiczek y era sargento. De nada le valió suplicar por sus hijos
que se iban a quedar huérfanos pues es público y notorio que los ogros (salvo
Srek) no tienen entrañas, pero allí estaba Maximiliano. Se acercó dando un paso al frente y dijo: “Soy
un sacerdote católico y no tengo a nadie. Quiero cambiarme por él”. Y así fue:
Maximiliano Kolbe murió de hambre y aquel padre de familia se salvó. Por cierto
que Kolbe murió diciendo: “¡Ama a la Inmaculada, ama a la Inmaculada, ama a la
Inmaculada!”
Tan
heroico comportamiento hizo que San Juan
Pablo II lo canonizara el 10 de octubre de 1982 dándose, como culmen de toda
esta historia, que el propio Franciszek pudo estar presente en la ceremonia.
Esta
historia siempre me ha interesado mucho desde que Juan Cardona Pescador me
regalara unas diapositivas sobre el papa Woytila que llevaban además sus dos
cassettes de audio y que conservo por casa. Espero que os haya gustado.
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