En estas mañanas de julio, sentado a la sombra amena de mi humilde hortus, que no es hortus conclusus, sino hortus omnibus, locus amoenus omnibus qui per viam transeant, me pongo a reflexionar sobre los caminos de tiza que he trazado, trazo y trazaré mientras pueda o me dejen. Reflexiono sobre la LOMLOE y llego, con tristeza, a la conclusión de que esta ley sigue sin cumplir las dos finalidades que, para mí, humilde grammaticus olmedanus, tiene que tener cumplir la Educación: crear hombres libres y crear hombres capaces de sentir la belleza. Gilles Deleuze, en su libro Nietzche y la filosofía, decía que la filosofía (para mí, la educación en general) tiene como fin “hacer hombres libres, es decir, hombres que no confundan los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral o la religión”. Y no veo que ni la LOMLOE, ni ninguna ley de Educación busquen a este hombre libre como buscaba Diógenes con su linterna “un hombre” en el ágora ateniense; más bien al contrario, “deforman” a un alumno para ponerlo al servicio de los abyectos intereses del capitalismo financiero que nos gobierna desde oscuras moradas. Paulo Freire, el gran pedagogo brasileño, hablaba de la “educación bancaria”: el alumno es como una cuenta corriente en la que se van ingresando conocimientos que después se “vomitan” en exámenes, pero se sigue sin formar alumnos que tengan un sentido crítico sobre el mundo en el que están prisioneros. A mi humilde modo de ver, las leyes educativas han sido y son “leyes bancarias” por muchos estándares, competencias (que, en la mayoría de los casos son incompetencias) o valores con los que las maquillan para ocultar que lo único que buscan es el adocenamiento del alumno. Esto que digo se ve, sin ir más lejos, en la irrupción despiadada del mundo empresarial en la Universidad. ¿Qué Universidad puede ser la que abandona su función principal (investigar y crear hombres libres y sensibles) por una función vicaria como es ponerse en las sanguinarias manos del capitalismo financiero y quedar convertida en “vivero” de empleados para las empresas?
Pero no sólo esto. Ortega decía que fue
cuando el hombre de Altamira pintó los bisontes el momento sublime en el que el
humano se diferenció del animal. En ese momento, dejamos de ser primates para
devenir en humanos. ¿Preparamos a nuestros alumnos para ser libres y amantes de
la belleza o les llenamos de contenidos que tienen que “potar” examen tras
examen? Pese a los modernos pedagogos, desde hace siglos, nada ha cambiado en
la Educación. Pese a los “situaciones de aprendizaje”, “competencias e “indicadores
de logro”, la Educación sigue llenando los depósitos que se vacían, tal y como
ya he dicho antes, evaluación tras evaluación sin preocuparse de si los alumnos
salen de la escuela (no olvidemos que escuela viene de σχολή tiempo libre en
griego, tiempo que no es negotium,
tiempo, en definitiva, para la reflexión y para recreo , solaz y
enriquecimiento del alma) sin un sentido crítico y sin un sentido estético que
les haga totalmente humanos, no simples máquinas de repetición. Educamos en un
utilitarismo necio y dejamos de lado lo “inútil” que es lo que en definitiva (Nuccio
Ordine dixit) nos hace humanos. Yo a mis alumnos los quiero libres, críticos,
sensibles, pero el sistema (que no ha cambiado en siglos porque durante siglos
ha servido rastreramente a los poderosos) sigue creando seres que “buscan” la
nota para entrar conseguir un título que les permita moverse en el sistema o
entrar en una Universidad que es incapaz, porque ha abdicado de sus funciones
primordiales, de formar seres humanos. El Plan Bolonia, que la izquierda
europea saludó como un logro, fue el “gran gol” que por toda la escuadra nos
metieron a los educadores ese equipo de sombras que se reúne en Davos todos los
años. No quiero ser pesimista, pero no le veo futuro a la educación. Sin
embargo, hay que seguir luchando por unas aulas que instruyan (ya nadie se
acuerda que, hace años, el Ministerio era de Instrucción Pública), que formen
más que informen (a veces tanta información acaba deformando), que formen
hombres libres y sensibles, En definitiva, que hagan de nuestros hijos seres
libres o, más claro todavía: SERES HUMANOS.
No sé si alguien, algún día, lo verá.
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