Seguro
que recordáis lo que es un verbo transitivo y lo que es un verbo intransitivo.
¿No? Pues os lo explico: en el verbo transitivo la acción “pasa” (transit, en
latín, significa eso mismo, pasa) del sujeto al complemento directo. Por
ejemplo: Juan come manzanas. Seguro que recordáis que la acción del verbo
(comer) pasa de Juan a las manzanas que reciben la acción del verbo y por eso
son el complemento directo y pasan a la boca y al estómago de Juan. Sin
embargo, si el verbo es intransitivo (in-transit, en latin, “no pasa”) la
acción se queda en Juan. Por ejemplo: Juan corre. Aquí vemos cómo la acción se
queda en Juan y no pasa a otra persona
ni a otro objeto. En fin, toda esta explicación de primero de gramática viene
al caso porque ese gran poeta que fue Rilke habla del amor intransitivo, es
decir, un amor que no pasa del sujeto protagonista de ese amor. Hablando de este
amor intransitivo, Federico Bermúdez – Cañete, traductor, seleccionador y
prologuista de la Poesía amorosa de Rilke en Hiperión, dice que es “una especie de disponibilidad
pura, de entrega sin concreción, de rechazo de toda posesividad”. Parece ser
pues que el amor intransitivo rilkeano es un amor que ama, pero sin intentar la
posesión del amado. Se puede ver, más menos bien, en el poema Die Liebende, La amada.
Por
qué será que estoy
bajo
esta infinitud,
perfumada
cual prado,
movida
acá y allá,
llamando,
y temerosa al mismo tiempo,
de
que alguien oiga mi llamada,
y
sea destinada a perecer en otro.
(traducción
de Bermúdez – Cañete)
El
concepto es complejo y, como se puede ver en este poema, la amante tiene miedo,
aunque al mismo tiempo desea que alguien
escuche su llamada y tenga que ir a él como si prefiriera un amor idealizado,
pero que, al mismo tiempo, tenga como fin una persona real. Pero ¿se puede amar de manera
intransitiva? ¿No es, acaso, el amor la entrega de un yo en un tú y viceversa? ¿No
es el amor lo que nos abre las puertas del corazón que, como decía Kierkegaard,
siempre se abren hacia afuera? Os lo dejo para que lo penséis.
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