No
debería de confesar esto, pero como casi nadie lee este blog, me puedo permitir
ese lujo. Confieso que he viajado durante el confinamiento y confieso que nos sólo
una vez, sino que he viajado dos veces. El primer viaje me llevó hasta tierras
francesas, pero, cerca de la frontera, el amigo que nos acompañaba decidió volverse:
no era muy amigo de tierras de la francesada y quiso volver a España; el
segundo ha tenido como finalidad traer algo de contrabando desde Salses, una
localidad no muy lejana a Perpignan. Pasamos por Portvendres, por Cervera, en
donde vimos cómo los gabachos quieren borrar la cultura catalana de estas
poblaciones del Rosellón y construyen casas al estilo normando y en el que paramos
en Banyuls sur Mer, en donde nos fuimos a ver el magnífico acuario de la
Fundació Aragó. Nos tomamos en Portvendres una bullabesa que no era la que
habríamos soñado y disputamos con un cocinero que las anchoas de la Escala y de
Cadaqués eran mucho mejores que las de la ciudad francesa. Mi amigo Josep, nada
más probarlas, descubrió que venían de África
y el cocinero, algo amoscado y herido en su amor propio, le dijo que de dónde de demonios era. Cuando
le dijo que venía de Cadaqués aunque era nacido en Palafrugell – una autoridad
por tanto en anchoas-, aquel señor le confesó la verdad y quedó amigo de Josep. Para que os dé más envidia a los que
estáis confinados os diré que los dos viajes los hice en un velero pequeño,
aparejado a la mallorquina. Que en los singladuras, Pau y Baltiri cocinaban un suquet divino y un café superior. Bien es verdad que, al final, no
se trajo nada más que un gramófono verde que compró en Banyuls a un moro que
había venido en un barco desde Orán. El tipo que nos iba a dar el contrabando
en la albufera de Salses no se presentó. La verdad, hacía muchos años que no recorría aquellas
hermosas tierras y este viaje me ha llevado al recuerdo de mi abuelo Luis, el
hombre para el que la siesta era sagrada, que decidió dormir- cuando yo era
pequeño-, una siesta en Port Bou y se instaló de tal manera que medio cuerpo
quedara en España y el otro medio en Francia. Decía que lo hacía porque quería
echarse un siesta “internacional” y, a fe, que lo consiguió. Como me da miedo
de esos familiares de la non Santa Inquisición que andan denunciando esquiroles
de aplausos y estigmatizando a médicos y cajeras, os confesaré que, como buen
ciudadano, no he salido de casa y que este viaje maravilloso lo he hecho con mi
buen amigo Josep Pla, pero tan sólo en la imaginación, como viajaba el señorito
que Jardiel Poncela retrata en Cuatro corazones
con freno y marcha atrás. El coronavirus no nos deja salir, pero la “loca de
la casa” va allí donde le pete.
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