La
lectura del filósofo sevillano Emilio Lledó en su libro El surco del tiempo me ha sido de enorme provecho. Lledó coge el
pasaje del Fedro de Platón en el que Theuth y Thamus (Fedro 279 b-c) hablan
sobre la escritura, esa medicina para el recuerdo a la que, por habitual, ya
casi no le damos importancia. Frente al carácter aristocrático del conocimiento
oral, la escritura permitió que llegara al pueblo, al δήμος. Así, ante un
acontecimiento, hay uno que es el primero que lo ve porque estuvo allí (ἵστωρ) y hay una ακοή, es decir, una
escucha primitiva e inicial. Luego, ya todo lo que viene después es δόξα, opinión.
Como es obvio, si conociéramos la verdad como la conoce el que la ha visto, no
necesitaríamos para nada la δόξα. Acordaos que Herodoto, al comienzo de su
libro, se llama “historiador”, es decir, aquel que ha visto lo que cuenta o lo
conoce de primera mano. Sigue Lledó con más análisis de tan importante texto
filosófico y llega a una conclusión que me gustaría tratar con algo de detalle
( no con mucho porque no doy más de sí): cómo la memoria, que es posibilidad de
pervivencia, es palabra y “hasta las posibles imágenes que anidan en el sustrato
van acompañadas siempre de una sintaxis verbal que la anuda y la sostiene”. El valor de la escritura es fundamental
porque con ella se permite que todo individuo de una colectividad empiece a
constituirse como tal individuo, a ser sujeto individual y miembro de un
estamento más amplio. Cada individuo es miembro de un δήμος que a su vez le
hace ser individuo de una πόλις.
Si reparamos además en que la vida humana es
dual porque el ser humano es y, al tiempo es consciente de ser, vemos que ese
ser es memoria y que la memoria es lenguaje porque pensamos con el lenguaje. Yo
le recuerdo a don José Antonio Ibáñez González que nos decía esto cuando el que
esto escribe estudiaba tercero de BUP , desde entonces, surgió esta devoción
que tengo por la lengua y por eso me hice filólogo, porque me gusta el λόγος,
la palabra.
Deberían
reflexionar los políticos que se encargan de las reformas educativas en estas
sencillas palabras que estoy refiriendo aquí y no intentar suprimir de los
curricula asignaturas “del lenguaje” como la Filosofía, el Griego o el Latín.
Somos lenguaje y nuestro ser es el lenguaje que poseemos. Si empobrecemos el
lenguaje, empobrecemos al individuo y lo hacemos, como ya nos decía don José
Antonio Ibáñez, más manipulable; en definitiva, en el lenguaje, reside también
nuestra libertad y nuestra dignidad de seres humanos.
Antes he dicho
que los políticos deberían leer y reflexionar este pasaje del Fedro y este
libro de Emilio Lledó, pero ¿de verdad os imagináis a algún político leyendo a
Platón, a Lledó o a Foucault, ahora que las pandemias nos acechan? Quizás don
Ángel Gabilondo o el ministro Illa que son filósofos de profesión, pero el
resto… En fin, prefiero no seguir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario