Ante
la imposibilidad de viajar, me he leído El
viaje a Italia de Goethe y ha sido un placer acompañarlo desde Karlsbad a
Roma y desde Roma a Nápoles y Sicilia y luego otra vez a Nápoles y Roma.
También pasó por Venecia y, en todas las
ciudades, Goethe va desplegando su
enorme curiosidad que abarca desde la pintura o la escultura a la poesía, la
botánica o la zoología. Gran erudito, Goethe tomaba nota de todo porque tenía
una enorme curiosidad, esa curiosidad que hizo que el hombre saliera de las
cavernas. Sin embargo, hay algo anecdótico que quiero contaros. Goethe va a la
Capilla Sixtina y campa a sus anchas por ella hasta el punto de que se echa una
siesta en el sillón del Papa. Lo cuenta con gracia el autor alemán y la verdad,
me parece de una auténtica ὕβρις
prometeica esta acción tan campechana y tan sagrada porque, como decía mi
abuelo Luis, la siesta es sagrada. Goethe se lo toma al pie de la letra y, en aquella Capilla Sixtina en la que no había
turistas japoneses sacando fotos, se pega una siesta ni más ni menos que en el
sillón del Santo Padre. Citando de nuevo a mi abuelo Luis, recuerdo que, siendo
yo pequeño y en un viaje a Toledo, se echó la siesta – que ya he dicho que para
él era sagrada-, en un banco de la Catedral, justo a los pies del enorme San
Cristóbal pintado en unos de los laterales del templo. En fin, ya sé que no es
lo mismo esta acción de mi abuelo que la de Goethe, pero tenía que intentar
poner el pabellón familiar, en el tema de las siestas, lo más alto posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario