El
último libro que he leído en esta cuarentena es un libro de un autor griego que
vive en Suecia desde hace la ya muy abultada cifra de cincuenta años. En Suecia
se ha casado, ha tenido hijos y tiene nietos. Como todo sueco, salvo el que se lo
hace y realmente no lo es, tiene don Theodor su piso y su estudio, su casa en
una isla y casi seguro que su barco. Pero resulta que un mal día se empieza a
dar cuenta de que ya no le fluyen las palabras como le fluían (es un escritor
de éxito en sueco) y en su estudio del centro de Estocolmo las Musas no le
visitan. Decide abandonar el estudio y quedarse a trabajar en casa, pero allí
tienen que compartir su espacio con su santa esposa, cosa a la que el novelista
no estaba acostumbrado: compartir la mesa del desayuno, compartir el periódico,
compartir el trabajo, eso sí, cada uno a lo suyo. Y poco a poco le viene un
recuerdo más vivo de su Grecia, de aquella Grecia que tuvo que abandonar por
miseria y por política. Y entonces decide volver con su mujer al pueblo natal
en donde le había preparado un homenaje y en donde ya tenía de antes una calle
( en la que, dicho sea de paso, aprovecha para fotografiarse con su santa
esposa). Pero lo más importante de todo es que, estando en su pueblo, le
visitan las Musas (normal, si estás en la Hélade) y empieza a escribir otra
vez, pero no en sueco, sino en su griego natal. Y entonces, cincuenta años
después nace su primer libro escrito en griego: Μια ζωή ακόμα, que la
traductora Selma Ancira, conocida por sus traducciones de Ritsos, traduce como Otra vida por vivir. Un buen libro con
un estilo sencillo, pero lleno de reflexiones sobre la Europa que nos está
tocando vivir: ya sabéis, la Europa de los que trabajan y la Europa (según
ellos) de los que no trabajamos y nos pasamos el día tomando una cervecita
Cruzcampo con su tapita correspondiente. Injusticias que tiene la vida.
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