Ya nadie
lee a Sartre, aquel autor francés que hace cincuenta años era autor de culto
entre la crema de la intelectualidad. Hace unos años me costó encontrar La náusea y tuve que satisfacer mi
urgencia en una colección de kiosko que, por casualidad, lo había publicado. En
estos días de apocalipsis zombie, me he leído La puta respetuosa y A puerta
cerrada, dos obras que, repito, hace algo más de cuarenta años, leían hasta
los pescadores de Motril. En la primera, una puta de Nueva York que va al Sur y se ve envuelta en un asesinato
de un negro en el que ha participado el hijo de un senador que le da una charla
a la chica sobre cómo un negro es innecesario, pero un blanco y de buena
familia es absolutamente necesario para la nación americana. En la segunda,
tres personas, dos mujeres y un hombre,
en el infierno. Es en esta obra en donde se dice esa famosa frase,
repetida hasta la saciedad, de que el
infierno son los otros. La verdad, me han gustado estas obras de Sartre porque
están muy bien escritas, en la línea de ese teatro francés del siglo XX
absolutamente maravilloso, y porque quiero llevar la contraria y leer, ahora
que ya no está de moda, a Sartre. Hay que llevar la contraria para hacer que el
mundo se despierte un poco.
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