Hace
ya bastantes años, en un programa de televisión (eran otros tiempos en los que
los poetas salían en programas culturales o de entrevistas), yo vi llorar a don
Luis Rosales porque todavía andaba esa idea de que “había entregado a Lorca”.
Esa terrible mentira mortificaba a don Luis, un hombre bueno y que quería
profundamente a su amigo Federico. Afortunadamente, con las investigaciones que
se han ido haciendo, ya no hay ninguna duda de que tanto Luis como sus hermanos
hicieron todo lo posible para salvar a Lorca, pero tenían por delante a ese
personaje clave en toda esta historia, Ramón Ruiz Alonso, que había acompañado
a Pepe Rosales a Madrid para pedir a José Antonio que le dejara entrar en
Falange cobrando las mil pesetas que cobraba como diputado de la CEDA. Obviamente, tanto José Rosales como el propio Primo de Rivera
se negaron a semejante vileza y Ruiz Alonso no se lo perdonó nunca a los
Rosales. Cuando tuvo el mando en Granada, se lo hizo pagar. Pero de eso ya he
hablado en otra entrada sobre Ruiz Alonso. En el libro de Miguel Caballero
Pérez, Las trece últimas horas de en la
vida de Federico García Lorca, en la página 116, se leen estas palabras
que, por si alguien aún en estos tiempos tenía dudas, dejan el asunto Rosales –
Lorca en un estado de meridiana claridad. Copio.
“Este asunto (la
defensa de su amigo Federico) le costaría un gran disgusto a Luis Rosales, ya
que el propio jefe provincial de Falange le pediría que se quitara la camisa azul como paso previo a su detención. Las cosas se le complicaron tanto a Luis
Rosales que tendría que mandar varios oficios a distintas instancias para salvar su propia vida. Tan sólo la
intervención de un destacado falangista llamado Narciso Perales lograría
salvarle a cambio de una fuerte multa que pagaría su padre.”
He subrayado en negrita lo que me
parece fundamental del párrafo y se me viene a las mientes aquellas palabras de
Cicerón en su De amicitia:
Amicus
certus in re incerta cernitur, es decir, que el amigo verdadero se ve en
las situaciones difíciles.
Nunca tuve dudas de la absoluta inocencia
de Luis Rosales en la detención de Lorca, pero este párrafo creo que sirva de
prueba irrefutable de que don Luis no fue ningún Judas. Al contrario, fue un amicus
certus que estuvo a punto de pagar con su propia vida sus denodados esfuerzos
por salvar a Federico.
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