Del
Evangelio de San Lucas de hoy, XXIX domingo del Tiempo Ordinario, me han
impactado estas palabras que os copio en el original griego:
Ἔλεγεν δὲ παραβολὴν αὐτοῖς
πρὸς τὸ δεῖν πάντοτε προσεύχεσθαι αὐτοὺς καὶ μὴ ἐγκακεῖν, λέγων, Κριτής τις ἦν ἔν τινι πόλει τὸν θεὸν μὴ φοβούμενος καὶ ἄνθρωπον μὴ ἐντρεπόμενος.
Dice así el texto:
Les decía a éstos una parábola acerca de
que es necesario orar siempre y no desfallecer, diciéndoles que había un juez
en una ciudad que ni temía a Dios ni le
importaban los hombres (…)
La frase que os subrayo en negrita es
la que me ha impactado cuando la he leído en casa y cuando, más tarde, la ha
leído el capellán de “mis monjitas”. Evidentemente, no era la primera vez que
la oía y, desde que la leí por primera
vez, me ha dado mucho que pensar. Así pues, ya va siendo hora de que os diga algo.
Siempre me ha impresionado este juez
que vive en el más completo egoísmo: ni Dios, ni los hombres. Quizás le importaban
las riquezas o las leyes o conquistar más poder. No lo sabemos, pero sí que
sabemos que, si atendió a la viuda, fue por puro egoísmo. Pero quiero volver al
sintagma que tanto me ha “llegado”. Cuando se deja de creer en Dios, se cree en
cualquier cosa- decía Chesterton- e Ivan Karamazov decía algo también que me ha
hecho pensar muchas veces desde aquellas remotas clases del Hermano Felipe
Albaina: Si Dios no existe, todo está permitido. Ya llevamos años en que el
tener fe es res rarissima y lo
habitual es encontrarte con una sociedad atea o que ni siquiera se plantea el “problema
de Dios” y, al no plantearnos el problema de Dios, todo está permitido. No quiero
decir que para ser “humanista” haya que creer en Dios; no, puede existir y
existe un humanismo laico, pero nuestra sociedad cada vez está más cerca del
juez injusto del Evangelio de hoy porque no se respeta al ser humano cuando se
le contrata por una miseria y se le explota; cuando le dejamos morirse de
hambre; cuando permitimos que alguien muera en la soledad; cuando le señalamos
como extranjero; cuando escalo puestos en mi empresa sin reparar en los “muertos!
que voy dejando por el camino. Y así un largo etcétera. Independientemente de que creamos o no
creamos, la sociedad ya no cree ni en el hombre ni en sí misma con lo que la ruina
de esta civilización está servida. No es raro encontrar personas que no
respetan a los demás, pero tampoco es raro encontrar personas que no se
respetan a sí mismas Por las que nos
toca rezar con una oración que no desfallezca. Como me decía don Blas Lozano,
un sacerdote manchego, “cuánto nos queda todavía por rezar”. Y tenía razón.
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