Hay
bodas a las que hubiera sido mejor no haber asistido. Así le pasó al pobre
Garcilaso de la Vega al acudir a Ávila como testigo en la boda de su sobrino.
Garcilaso va a la boda de su sobrino
Garcilaso ( tenía el mismo nombre que su tío), hijo de su hermano Pedro Laso y
actúa como testigo. No parece una acción condenable, pero el emperador Carlos
V, por una cédula, había prohibido el enlace pues la familia de la novia,
Isabel de la Cueva, no estaba conforme con la boda. Los novios “se apresuraron”
y se fueron a casar a Ávila en donde, como ya sabemos, su tío actuó como testigo.
El asunto acabó mal porque Carlos V, que no era amigo de que le llevaran la
contraria ni de que no obedecieran sus decretos, por medio de una nueva cédula,
anula el matrimonio y manda a la chica a un convento. El novio tuvo más suerte
y huyó a Portugal, pero don Carlos se la juró a Garcilaso y, cuando acudía con
Fernando de Toledo, duque de Alba, camino de Ratisbona donde les había
convocado el emperador por el peligro que suponía Solimán el magnífico, al
llegar a Tolosa, Garcilaso es detenido por el corregidor de Guipúzcoa para que,
por mandato de la emperatriz, prestara declaración sobre la boda de Ávila. Es
más, al llegar a Ratisbona, el mismo Carlos V lo destierra a una isla del
Danubio. Interviene el Duque de Alba y consigue “permutar” el destierro en la
isla del Danubio, en donde, por cierto, Garcilaso aprovechará para escribir
inmejorables versos, por un “destierro” en Nápoles que será fundamental para la
vida del toledano pues allí entró en contacto con gran número de intelectuales
napolitanos.
Sin embargo, no pensemos que a Carlos V
se le “pasó el enfado” por la boda
abulense pues, aunque el Virrey de
Nápoles, Don Pedro, intercedió por el poeta para que se llevara a su mujer,
Elena de Zúñiga, y se arraigara en Nápoles, el César no cedió y le negó la comandancia
de Reggio y no permitió tampoco también
que el Virrey interviniera en un pleito que Garcilaso tenía con los ganaderos
de la Mesta.
Garcilaso siguió siendo fiel a su emperador
y lo acompañó a Túnez y, más tarde, también a la Provenza, en donde el poeta,
herido por una piedra mientras escalaba la torre de Muy en la Frejus acabaría
muriendo.
Y es que el César Carlos no se andaba
con chiquitas y eso de que un chavalín se quisiera burlar de él casándose con
prisas en Ávila y que además su tío, su fiel servidor, actuara de testigo en
esa boda, no se lo perdonó al poeta de las Églogas.
Sabido es que con los poderosos hay que
tener extrema precaución y que hay bodas que “traen cola” además, lógicamente,
de la de la novia. Si no que se lo pregunten a José María Aznar que no tuvo cuidado en elegir a los invitados
y acabaron muchos de ellos en el caso Gürtel. Peligros colaterales del
matrimonio.
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