LA CASA DE BERNARDA
ALBA
Los Lorca, que ya llevaban viviendo
muchos años en Granada, en la Acera del Casino, y que tenían su finca en la
Huerta de San Vicente, se marchan para Madrid en los años treinta y se instalan
en un piso amplio de la calle de Alcalá, calle, por cierto, nada de izquierdas.
Lorca estaba imparable en el teatro y, en Argentina, con Margarita Xirgu, era un
fenómeno de masas. Era la primera vez que Federico tenía dinero propio pues, hasta
ese momento, el padre le había pagado todo, pero todo lo que se dice todo. Hace
años, escribí para la abulense revista El
Cobaya un articulillo sobre ese libro juvenil de Lorca que es Impresiones y paisajes que os recomiendo
encarecidamente pues ya está, in nuce,
el Federico que vendrá años después. En este libro, Lorca le pide continuamente
dinero al padre y el padre, que era rico y generoso y que, sobre todo, era
padre, no dudaba en mandárselo para que su Federico disfrutara de este viaje de
estudio con sus profesores y compañeros. Si hubiera vivido ahora, don Federico
hubiera tenido que transigir en comprar a sus hijos unas Air Force 1 de Nike o
una riñonera de Jordans. Mudan los tiempos, pero no el afán petitorio de los
hijos. (El que esto escribe recuerda, para que se vea que tampoco está limpio
de pecado, que tuvo a su madre una tarde entera buscando para el nene unas
Adidas Gym con tres rayas negras. Al día siguiente, suspendió el examen diario de matemáticas del hermano Vicente Ugarte
Aizpeurrutia, pero no vamos a entrar en detalles.) Estamos en 1936 y Federico se
pone a escribir La casa de Bernarda Alba.
Cuando
Federico escribe esta maravillosa tragedia, lo hace con un poquitín de mala
idea. Pese a los ruegos de su hermano Francisco y de su propia madre, doña
Vicenta, no accede a cambiar los nombres de los protagonistas reales que
pertenecían a la familia Alba, familia que, como hemos visto ya en repetidas
ocasiones, no tragaba a los García Lorca. Es más, modifica a su voluntad el
carácter de la matriarca de los Alba convirtiéndola en una harpía cuando, según
se sabe, no lo era siendo una mujer serena y pacífica. Otro tanto hace con Pepe
el Romano. Como es lógico y esperable, esta obra ofende sobremanera a los Alba
que llevaban casi cincuenta años (se dice pronto) enemistados con los García
Rodríguez. El poeta la leyó en Madrid antes de partir para Granada y después,
nada más llegar a Granada. Mientras Federico leía, los Alba iban afilando los
cuchillos y engrasando las pistolas. Estaban esperando la ocasión de vengarse y
la tuvieron, ¡vaya si la tuvieron!
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