sábado, 29 de octubre de 2022

LA CASA DE BERNARDA ALBA

 


LA CASA DE BERNARDA ALBA

         Los Lorca, que ya llevaban viviendo muchos años en Granada, en la Acera del Casino, y que tenían su finca en la Huerta de San Vicente, se marchan para Madrid en los años treinta y se instalan en un piso amplio de la calle de Alcalá, calle, por cierto, nada de izquierdas. Lorca estaba imparable en el teatro y,  en Argentina, con Margarita Xirgu, era un fenómeno de masas. Era la primera vez que Federico tenía dinero propio pues, hasta ese momento, el padre le había pagado todo, pero todo lo que se dice todo. Hace años, escribí para la abulense revista El Cobaya un articulillo sobre ese libro juvenil de Lorca que es Impresiones y paisajes que os recomiendo encarecidamente pues ya está, in nuce, el Federico que vendrá años después. En este libro, Lorca le pide continuamente dinero al padre y el padre, que era rico y generoso y que, sobre todo, era padre, no dudaba en mandárselo para que su Federico disfrutara de este viaje de estudio con sus profesores y compañeros. Si hubiera vivido ahora, don Federico hubiera tenido que transigir en comprar a sus hijos unas Air Force 1 de Nike o una riñonera de Jordans. Mudan los tiempos, pero no el afán petitorio de los hijos. (El que esto escribe recuerda, para que se vea que tampoco está limpio de pecado, que tuvo a su madre una tarde entera buscando para el nene unas Adidas Gym con tres rayas negras. Al día siguiente,  suspendió el examen  diario de matemáticas del hermano Vicente Ugarte Aizpeurrutia, pero no vamos a entrar en detalles.) Estamos en 1936 y Federico se pone a escribir La casa de Bernarda Alba.

Cuando Federico escribe esta maravillosa tragedia, lo hace con un poquitín de mala idea. Pese a los ruegos de su hermano Francisco y de su propia madre, doña Vicenta, no accede a cambiar los nombres de los protagonistas reales que pertenecían a la familia Alba, familia que, como hemos visto ya en repetidas ocasiones, no tragaba a los García Lorca. Es más, modifica a su voluntad el carácter de la matriarca de los Alba convirtiéndola en una harpía cuando, según se sabe, no lo era siendo una mujer serena y pacífica. Otro tanto hace con Pepe el Romano. Como es lógico y esperable, esta obra ofende sobremanera a los Alba que llevaban casi cincuenta años (se dice pronto) enemistados con los García Rodríguez. El poeta la leyó en Madrid antes de partir para Granada y después, nada más llegar a Granada. Mientras Federico leía, los Alba iban afilando los cuchillos y engrasando las pistolas. Estaban esperando la ocasión de vengarse y la tuvieron, ¡vaya si la tuvieron!

 

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