Cuando
mi madre encendía la cocina bilbaína de casa, no era raro el día en que no
aparecieran pavesas por el aire. Los chicos de ahora, con cocinas vitro cerámicas
y hornos microondas nada saben de esos duendes que poblaron mi infancia. Las
pavesas eran ligeras, pero llevaban el fuego de la lumbre en su alma volátil;
eran peligrosas pues podían caer en los papeles del periódico que mi madre
ponía en el suelo de la cocina e incendiarlos. Al cabo del tiempo, se
convertían en ceniza y ya su corazón de fuego había dejado de latir. Entonces
no sabía yo nada ni de griego ni de latín y maldita la falta que me hacía, pero
ahora, que ya llevo muchos años con estas lenguas más vivas que algunas a las que
llaman así los que son ignorantes, os digo la etimología de pavesa.
Vienen las pavesas del latín (¡cómo
no!) pulvis, -eris, polvo, pero esta
palabra se modificó en latín vulgar y termino en pulvisia y povisa, nombre
de un hospital vigués cuyo recuerdo me hace temblar.
Se decía que fulanito o fulanita “andaba
como una pavesa”, es decir, que andaba sin molestar; también que “estaba hecho
una pavesa” si se encontraba muy débil y, para terminar, que alguien era una
pavesa si era muy débil o apacible. Pepe Pinto cantaba aquellos de “anda como
una pavesa, que ni gime ni suspira, que se nos llena los ojos de gloria cuando
nos mira”, etc, etc, etc…
Ahora, que ya no se ven pavesas, me
pasa como a Russell con los melocotones que, desde que supo de su etimología,
le sabían más ricos. Amén.
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