Federico
García Lorca había leído su Bernarda Alba
en la casa del doctor Oliver y veía que Madrid era una ciudad al borde la
explosión. Lorca, como todos los artistas, buscaba el sosiego que no podía
encontrar en Madrid y pensó que en la casa familiar en la Huerta de San Vicente
encontraría ese sosiego que le faltaba en la capital. Repito lo que he dicho en
otra entrada anterior: no estaba significado políticamente hablando ni militaba
en ningún partido. Era un hombre con ideas sociales como le dijo al periodista
Felipe Morales en una entrevista el 7 de abril de 1936:
El día que el hambre
desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que
jamás ha conocido la Humanidad.
¿Son estas palabras,
que podría y tendría que haber pronunciado cualquier obispo católico palabras
para asesinar a un hombre? No lo creo.
En fin, sigamos. El 14 de julio
Federico llegó a su casa de Granada y el 20 se hacían con el poder los
militares rebeldes y los falangistas. Al poco detienen a su cuñado, Manuel
Fernández Montesinos, alcalde de Granada y marido de su hermana Concha, que, tras
unas semanas detenido, es fusilado. Además, fuerzas sublevadas “visitaron “la
Huerta por unos oscuros asesinatos que se habían producido en Asquerosa, más
tarde Valderrubio, en donde los Lorca habían vivido. Fue entonces cuando la
familia del poeta valoró la situación y pensaron en tres posibles alternativas:
-
Huir a zona republicana.
-
Refugiarse en casa de Manuel de Falla
-
Refugiarse en casa de los Rosales, que
eran falangistas e íntimos amigos, sobre todo Luis, de Lorca.
Ya sabemos lo que
eligieron, pero lo eligieron sin darse cuenta de que andaba de por medio un
resentido que tenía ganas de presa. Y la tuvo, vaya si la tuvo.
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