En
uno de los días maravillosos que pasamos en Granada, me llegué hasta la Huerta
de San Vicente para preguntar los horarios de visita de la que fue finca de los
García Lorca. Era temprano y, después de desayunar en Artesanos de Granada, nos
fuimos para la casa de los Lorca. Antes, cuando el silencio ocupaba tan hermoso
lugar, compré un libro que Francisco García Lorca escribió sobre su hermano: Federico y su mundo. Os he recopilado
algunas cosas de Federico que me han llamado la atención.
Por ejemplo, dice su hermano que
“Federico nunca montó en un caballo”. Que de su abuela Isabel Rodríguez, madre
de su padre, le vino su gusto por la recitación pues esta señora leía en voz
alta, en especial , poemas de Víctor Hugo; que el piano, que aún se puede ver
en la casa, fue comprado en Málaga, de la muy afamada marca (entonces) de López
y Griffo. En ese piano tocaron Concha y Federico, pero no Francisco ni Isabel;
Federico tenía algún problema al andar; estudió en el colegio del sagrado
Corazón que, pese a su nombre, era un colegio laico pues a don Federico no le gustaban
los colegios de curas. Por cierto, el padre de Lorca tenía un canario que,
olvidado en su jaula, murió de hambre y de sed. Este hecho hirió profundamente
al poeta en su alma sensible. Don Martín Domínguez Berrutea fue el que despertó
el instinto poético en Lorca que, por aquellos años, estaba más entregado a la
música. Por cierto, el que dedicara el libro al viejo profesor de música y no a
don Martín provocó un distanciamiento entre ellos.
Federico nunca fue un buen estudiante y
su ideología política estaba poco articulada. Aprobó Derecho gracias a las “ayudas”
de los profesores que citamos en otra entrada lorquiana, pero no porque destilara
“aceite de codos”.
Para Federico, Granada era pasión y
agonía del agua, una ciudad apta para el sueño y el ensueño. Una ciudad que
hizo que la poesía de “mi” San Juan de la Cruz se llenara de cedros, de
cinamomos y de fuentes. Dictó Federico una conferencia sobre el gran Soto de
Rojas con el que coincidía con el poeta divino en su visión de Granada: “Paraíso
cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos”.
Nos cuenta Francisco que tanto a
Federico padre como a Federico hijo les encantaba el jamón de Trévelez que curan los lugareños en la nieve. No era
Federico un hombre dado a la agudeza mental ni a los juegos en los que el
ingenio fuera protagonista. Dibujaba muy mal y nunca se vio a sí mismo con
humor. Su risa era “especial” por lo franca y alegre. Y para terminar, cuenta
esta anécdota:
Había en Granada un comerciante llamado
don Eladio Pericás que tenía una papelería. En aquellos tiempos, para triunfar,
había que ir a Madrid, bien con un paraguas rojo como Azorín, bien sin paraguas
rojo. Don Eladio, cuando supo de la
vuelta del poeta tras haber estado en la Residencia de Estudiantes, lo paró por
la calle y le dijo:
-
Federico, ¿has triunfado en Madrid?
-
Creo que sí, don Eladio.
-
Pero, ¿has triunfado oficialmente?
-
Hombre , don Eladio, ¡tanto como eso!
Y
es que, en Madrid, o se triunfa oficialmente o no se triunfa.
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