Quizás
estoy equivocado, pero he tenido la sensación desde mis años de estudiante en
la Complutense de que a Demóstenes se le consideraba el patriota y a Isócrates
o a Esquines los traidores a la patria ateniense. Me gustaría con vuestro
permiso, matizar estas apreciaciones.
En
verdad, más que una lucha contra Filipo II o un apoyo al macedonio, lo que hay
es una oposición de dos maneras de ver la Hélade: la de Demóstenes que seguía defendiendo
la polis como elemento anímico de Grecia y la de Isócrates que pensaba en la
idea de la unidad de Grecia, o si queréis la unidad de las polis; es decir, que
por encima de la polis, empezaba ya a aparecer un sentido de la unidad política
que había estado subyacente hasta esa época en la unidad espiritual que sentían
los griegos como comunidad de polis y que se basaba en una misma lengua ( con dialectos), una
misma religión y una misma cultura. Sin embargo, durante varios siglos, la idea
de la polis estuvo por encima de esta unidad, unidad que se tenía por muy necesaria
para acabar de una vez por todas con el peligro persa que llevaba siéndolo
desde varios siglos atrás. Ya en su Panegírico,
Isócrates ve la salvación de Grecia en una alianza entre atenienses y
espartanos que se habían pasado la vida luchando. Este sueño, como bien dice el
profesor Pedo Barceló, se viene abajo y
entonces Isócrates pone su esperanza en personajes como Jasón de Feras, tirano
tesalio que elevó su patria a la condición de gran potencia, o Dionisio de Siracusa, el tirano siciliano.
Al malograse también esta posibilidad, Isócrates puso su esperanza en Filipo II
porque se dio cuenta de que el tiempo de la polis había pasado y que era el
momento de la unión entre los griegos. También se dio cuenta de que las
decisiones se tomaban por aquella época fuera del ámbito de la polis. En la
batalla de Queronea, año 338 a. C., Filipo venció a una confederación de polis
griegas con tebanos y atenienses como socios mayoritarios. Filipo tenía dos
ideas muy claras: la unión de Grecia bajo el poder macedonio y la conquista de
Persia. Él pudo ver lo primero, pero lo segundo le correspondió verlo a su
hijo, Alejandro Magno, que acabaría no sólo venciendo a los persas sino
adoptando sus costumbres para dejar claro que era él, un macedonio, el que los
gobernaba ahora. Pero los de Alejandro en Persia lo dejamos para otra entrada.
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