He
descubierto este verano la novela negra de Domingo Villar, un autor vigués que
escribe en gallego unas novelas en las que su protagonista, el inspector Leo
Caldas, tiene un ratito para tomarse una tapa de pulpo en una taberna viguesa,
para beberse un vasito de viño da
colleita de seu pai o para, simplemente, oler las madreselvas. Caldas tiene
por compañero a un maño de Zaragoza que no acaba de entender muy bien el carácter
de los gallegos. El pobre Rafa Estévez no entiende ese manera de actuar tan
poco directa y él, tan aragonés, tan amante de ir al grano directamente, se
pone de los nervios. Pero la verdad es que ambos forman una pareja maravillosa
en la que Rafa tiene además que conducir porque Leo Caldas no conduce y, cuando
va a ver a su padre por las tierras del sur de Galicia, se coge el hombre el
coche de línea. Sereno, tranquilo, con mucha retranca, Leo Caldas tiene
inspiraciones fantásticas mientras se toma un blanco o mientras le ayuda a su
padre a trabajar en los viñedos. Caldas además anda discutido o, al menos, con
una mala relación con su pareja y el programa de radio que hace le cansa un
poco porque las preguntas son, casi siempre, temas de multas o de perros que
ladran y así, el “patrullero de las ondas” – así se llama el programa-, no se puede “lucir”. Y además, por si fuera
poco, el director del programa, en le tiempo que media entre una pregunta y la
respuesta del inspector, le ha dado por ponerle a Caldas la música de Walking the dog de George Gershwin que
le acaba de rematar los nervios al coitado
policía. Villar tiene – esperemos que
escriba más-, tres libros fantásticos: A
Praia dos afogados, Ollos de auga
y O último barco. Leo Caldas fuma, es
tímido, le gusta contemplar el mar y, para remate, como hemos dicho unas líneas
más arriba, colabora en un programa de radio. No es el policía que estaríamos
esperando, pero ésa es su gracia.
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